Una lágrima rebasó el dique de sus ojos al tomar entre sus manos temblorosas aquella caja de zapatos: tantos momentos felices ahora perdidos… había roto su promesa de no azotar aquellos recuerdos que afligían su espíritu. Abandonó el desván rumbo al salón de la vieja casa mientras la escarcha que atería sus entrañas parecía inundar el ambiente de aquellas estancias que otrora brillaran al calor de una infancia feliz.
Se acercó al pequeño mueble de roble, junto a la chimenea, y allí lo descubrió: un pequeño álbum de fotos antiguas, que había pasado desapercibido durante todo aquel tiempo, a pesar de que ella visitaba el hogar de sus abuelos al menos una vez al año. Admiró, con cariño, cada imagen y, en la última página, encontró una instantánea fuera de lugar. La acarició y la examinó con una sonrisa: en ella aparecían sus padres, muy jóvenes, tomando en brazos a su hermano, a quien ella no había conocido. Detrás, en segundo plano y flanqueándolos, sus cuatro abuelos. Ella pensó que, si la felicidad existía, debía pasar por formar parte de aquel instante inmortalizado para siempre.
Dio la vuelta al papel fotográfico. Se sorprendió al comprobar que contenía un pequeño mensaje; parecía la letra de su abuelo Jonás: Pase lo que pase, nunca caminarás sola; siempre perviviremos en tu memoria y en tu corazón. Septiembre de 1994.
De nuevo una lágrima pugnaba por salir, pero ahora era distinto: sentía en su alma una calidez casi olvidada. Se sentía en paz.
(249 palabras sin contar el título).
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Imagen tomada de ‘El Tintero de Oro’
Este microrrelato de 249 palabras ha sido creado para el desafío de mayo de 2023, Microrreto: la paleta de las emociones, propuesto por David Rubio en el blog ‘El Tintero de Oro’. Las emociones que me han guiado han sido la tristeza, la alegría, la melancolía (o, tal vez más precisamente, la nostalgia) y la confianza, entre otros. Ha sido, sin duda, uno de los retos más inspiradores de los que he podido participar en ese magnífico espacio. ¡Espero que os guste!
Género / temática: novela negra, novela policiaca, thriller.
Traducción: Dolors Gallart.
Número de páginas: 416.
Créditos de la imagen: Casa del Libro (tomada de Google)
Contiene espóiler.
Sinopsis libre:
Lucía Guerrero, teniente de la Guardia Civil adscrita a la Unidad Central Operativa, se enfrenta a uno de esos momentos que un agente de la autoridad nunca quiere vivir: la muerte violenta de su compañero. El cuerpo desnudo y encolado de Sergio aparece crucificado en un calvario en la Comunidad de Madrid. El principal sospechoso es Gabriel Schwartz, un sujeto que padece un trastorno de identidad disociativo y que acaba suicidándose en el calabozo, ante la impotencia de la protagonista.
El Catedrático de Criminología de la Universidad de Salamanca, Salomón Borges, además de ser uno de los docentes mejor valorados de la Facultad de Derecho, lidera un proyecto revolucionario: junto a su grupo de estudiantes, desarrolla el programa DIMAS, una gran base de datos que busca puntos de conexión entre crímenes aparentemente inconexos en el tiempo y en el espacio.
Tras tener noticia del abominable asesinato del guardiacivil, el profesor Borges se pone en contacto con la teniente Guerrero a fin de poner «su» herramienta informática al servicio de la investigación. Juntos recorrerán Graus, en el alto Aragón, y Segovia, las localizaciones de dos crímenes anteriores que parecen presentar alguna conexión con la muerte del agente. Mientras tanto, en Salamanca, se instaura el miedo a causa de un depredador sexual que agrede a jóvenes estudiantes.
¿Conseguirán los protagonistas ganar la batalla contra el destino y descubrir al asesino antes de que este vuelva a matar?
Reseña:
Lucía es la última novela traducida al español del escritor francés Bernard Minier y, según sus propias palabras, el inicio de una nueva saga que se sumará a la protagonizada por el comandante Martin Servaz.
Son diversos los motivos por los que considero esta propuesta como rompedora; por encima de todo se resalta, como una de las claves maestras de esta obra, el haber convertido el contrapunto en un arte.
En primer lugar, se destaca cómo el autor juega con la tensión continua entre pasado y presente —la cual se refleja tanto en los acontecimientos como en los personajes principales—; entre lo antiguo —las monumentales ciudades de Segovia y de Salamanca con su Universidad, las Metamorfosis— y lo moderno —los algoritmos, la inteligencia artificial—. En segundo término, llama la atención el rigor con el que Minier describe localizaciones, situaciones y espacios; un reflejo fidedigno de la realidad dota de credibilidad a la ficción. En tercer lugar, esta novela presenta muchos de los tintes del clásico género negro —entre otros, una atmósfera misteriosa y opresiva, personajes principales complejos e intensamente marcados por sus experiencias vitales— y, a su vez, se aventura con un enfoque vanguardista —no es habitual ubicar uno de los puntos críticos del argumento en la Universidad contemporánea—.
Lucía cuenta una historia compleja, en la que cada elemento encaja como una pieza de un puzle que solo se resuelve en las últimas páginas; está narrada, además, con un lenguaje mínimo, efectivo, e inteligente. Y, con todo, el autor demuestra dominar los tiempos en la narración: capítulos muy cortos y directos para mantener la tensión del lector hasta el desenlace.
En mi opinión, este libro comparte la esencia de la moderna novela negra europea: realista, trepidante y sorprendente; provista de personajes muy elaborados, cada cual con sus propias aspiraciones, virtudes y bajezas. En resumen, la obra cuenta con mimbres suficientes para deleitar tanto al lector avezado como a quien se adentra por primera vez en este tipo de lectura. Por la originalidad de su planteamiento y por mostrar que un estilo sencillo no está reñido con un resultado sofisticado, esta novela obtiene, en la Buhardilla de Tristán, la calificación de recomendada.
El interior se conserva como lo recordaba. Dos espacios a dos alturas, separados por cuatro pequeñas escaleras ascendentes en baldosa rústica. Nada más acceder al primero de ellos, sobre un ennegrecido mueble de metal, aún domina la pared frontal una magnífica cafetera Gaggia de dos grupos, de aspecto tan cuidado como si no se hubiera estrenado. La pared de mi espalda se mantiene recubierta con mampostería de piedra, ligeramente enmohecida por las inclemencias del tiempo y la falta de cuidados.
A pesar de la penumbra que reina en el local, solo rota por un haz de luz que se cuela por la gran ventana situada en la parte de arriba al fondo, no me pasa desapercibido un extraño símbolo, el cual nunca había observado cuando el bar estuvo abierto al público; ahora que lo pienso, tal vez ello se deba a que, si no me falla la memoria, ese espacio estaba cubierto por una máquina tragaperras. Me acerco, con ánimo de verlo mejor: a simple vista, parece una “P” mayúscula, cruzada por dos líneas en forma de aspa bastante desgastadas. Es posible que tenga que ver con el nombre del antiguo bar: el Portugués, si bien el conjunto me recuerda al crismón cristológico tantas veces estudiado en mis clases de Historia del Arte en la adolescencia. “Cuántos buenos ratos he disfrutado entre estas paredes, sobre todo en los cafés de la tarde, donde podía venir a leer, escribir o a disfrutar de un buen rato de fútbol”.
Retomar el Club de Lectura… ¿de verdad será posible o, después de lo que pasó, es solo una ocurrencia descabellada? Debería empezar por acometer una limpieza a fondo, ya que Manuel me ha cedido el uso, lo menos que puedo hacer es dejarlo mejor a como lo encontré. Enciendo la linterna de mi teléfono móvil, fotografío el símbolo y me dispongo a salir. “Mañana mismo contactaré con los que quedan del grupo, a ver cómo respiran”.
En los buenos tiempos, llegamos a reunirnos más de veinte personas. Cada dos meses, uno de los miembros elegía una obra, según sus propios intereses o siguiendo la moda del momento. Cada uno leíamos individualmente el texto completo, o algunas veces lo preparábamos por fragmentos, y poníamos en común nuestros avances e ideas en sesiones bisemanales. Incluso, cuando nos era posible, invitábamos a alguna de ellas al autor que estuviéramos leyendo en ese tiempo, a fin de compartir impresiones y disfrutar, más aún si cabe, de la experiencia.
De todos nosotros, entre abandonos y circunstancias lamentables, así como algún ejemplo de miembros que se han ido a vivir fuera del país, dudo que podamos retomar la actividad más de cinco compañeros: Marcos, químico de profesión reconvertido a profesor de instituto; Ángela, quien, a pesar de sus estudios en medicina, es chef en un restaurante caro de la capital; Ingrid, abogada y profesora en la Universidad; Esteban, al que no le hacen falta estudios superiores para ser quien más sabe de literatura de todos y yo mismo. Me reconforta pensar que voy a volver a verlos y escucharlos, con independencia de cuál sea la decisión que tomemos. Sin duda, creo que merecerá la pena…