Siéntate, ponte cómoda. Te estaba esperando. Hace mucho que deseaba tenerte en frente para poder hablarte, directo y sin filtros. Supongo que de esto se trata, ¿no? Esto es lo que tratabas de mostrarme: cómo ser fuerte a pesar de las dificultades; cómo ser feliz con lo que soy y con lo que tengo —ella me miraba expectante, con un punto de orgullo, y asentía—.
Llevo demasiado tiempo en esta cárcel de no entenderme. Tú lo sabes. Han sido muchas lágrimas derramadas por creer que las pruebas que me pusiste eran demasiado duras; noches en vela sintiéndome incomprendido, vacío y perdido. Es hora de pagar mi fianza y salir: lo único que importa ahora es sentirme libre, a pesar de todo… y de todos. Creceré devolviendo esfuerzo a cada obstáculo que me coloques delante. Me levantaré cuando dé un traspiés. Lucharé por llegar al lugar donde debo estar y disfrutaré, en lo posible, de mi camino. ¿Estás de acuerdo?
Ella, mi propia vida, me estrechó la mano y sonrió. Recuperé mis cosas y respiré hondo. Adelante.