Nota del autor: Del diario de DARÍO LUQUE.
Salamanca, 8 de enero de 2018. 20:50 h. Parador de Salamanca.
Al pronunciar sus últimas palabras, Desiré había adoptado, repentinamente, un gesto circunspecto que me alarmó. Me había agarrado suavemente de la mano para llevarme hacia la claridad nocturna que se adivinaba a través de la ventana. Yo continuaba rendido a ella, todavía exhausto, recuperándome de la reciente fusión de nuestros cuerpos. Se colocó a mi izquierda, dejándome ligeramente apartado del cristal.
—Necesito descargar mi conciencia; aliviar esta culpa que llevo arrastrando desde hace casi trece años… —comenzó. Aquella referencia me sobresaltó: sus palabras me transporaron al año 2005; ese maldito 2005…
—¿A qué mierda viene todo esto? —no pude contenerlo y salté, casi gritando.
—Tranquilícese, Darío, por favor. Esto tampoco es fácil para mí —su voz seguía sonando apagada, como si un profundo muro amortiguara su fuerza—. Veo que ya ha adivinado por dónde voy. Le pido que me permita llegar al final; confesar la verdad de lo que sucedió aquel 15 de abril. Después, aceptaré lo que quiera hacer conmigo.
Mis facciones se tensaron; mi mandíbula se desencajó. De repente, todos los miedos acumulados desde hacía tanto tiempo afloraron, haciéndome tambalear. Tuve que agarrarme al marco de la ventana para no perder el equilibrio. Ella, al sentirlo, me sujetó apretando más fuerte mi mano. Una extraña sensación me recorrió.
—Mi hermano se fijó muy pronto en usted, prácticamente desde que comenzaron la Universidad —Desiré hablaba despacio, tomando aire tras cada palabra, sopesando mis gestos—. Recuerdo las primeras conversaciones que él tuvo con nuestro padre, en las que le aseguraba que usted era una persona muy interesante, con una inteligencia fuera de lo normal.
Que siguiera tratándome de usted después de haber explorado todos mis secretos me irritó. No tenía sentido; endurecí el gesto en señal de protesta, pero ella leyó mis pensamientos y me impidió interrumpirla con un leve movimiento de su mano.
—Quiero seguir tratándole de usted. Quizá no lo entienda, pero es mi mayor muestra de respeto. Y ahora, permítame continuar —dijo. De repente, su semblante se había vuelto gélido y me miraba, impertérrita—. Como decía, mi hermano —el Solucionador—, no tardó demasiado en convencer a nuestro padre de su utilidad para nuestros negocios. Fijado el cometido, debían valorar la mejor forma de acercarse a usted. El primer paso consistía, claro, en que mi hermano se ganara su confianza en las clases, algo en lo que se esforzó en cuanto notó una mínima simpatía por su parte.
—No sé a dónde quieres llegar… y qué mierda tiene todo esto que ver con 2005 —exploté, a punto de perder la paciencia.
—Le he pedido que me deje terminar. Concédame esto, por favor —Desiré pareció molestarse por mi insistencia, pero lo disimuló instantáneamente y volvió a su expresión serena—. El caso es que, paralelamente a los esfuerzos de mi hermano, Miguel Ángel, con usted, yo debía ganarme a David… —dejó el nombre de mi hermano suspendido en el aire, temiendo mi reacción.
—¡¿David?! ¡Ni se te ocurra mencionar a David! —bramé, soltándome de su mano, que ella aún acariciaba, y dando un puñetazo a la pared que me hizo sangrar los nudillos.
Desiré rompió a llorar. No logré descifrar si era debido a lo que estaba liberando o por la violencia de mi actitud.
—Por favor… se me acaba el tiempo… —me imploró, sollozando.
Decidí mantenerme callado. Cuando ella terminara, ya decidiría qué hacer.
—Debía ganarme a David… —retomó su tono tranquilo, aunque las lágrimas recorrían aún su rostro—. Miguel Ángel me había comentado que aquella noche David saldría con sus amigos, sin usted, y me dio indicaciones de sus lugares de fiesta habituales. Solo tenía que permanecer atenta a sus movimientos y abordarle en el instante preciso. No me fue difícil localizarlos, cruzarme con los cuatro amigos en una discoteca de la zona de Malasaña…
Sentí que una punzada de dolor me arrebataba la escasa calma que conservaba, rompiéndome por dentro.
—…y pasar a la acción. Me acerqué primero a dos de los amigos de su hermano, los que parecían más ingenuos y me camelé a uno de ellos hasta que me presentó a David. Charlamos de todo y de nada, bailamos… su hermano, Darío, ya había caído en mi red, pero debía asegurarme de que el plan discurriría hasta el final. El Solucionador había sido explícito: “debes persuadir a David hasta que te entregue su voluntad. Enamórale, ponle cachondo, lo que quieras. Pero debe convencer a su hermano de que soy su mejor opción en la Facultad. No te olvides de dejarle claro quién eres y lo que le darás si Darío llega a confiar en mí”.
Una angustia insoportable se apoderó de mi cuerpo y de mi mente. Comencé a gritar, anegado por la amargura.
—¡¡David!! ¡Qué te hicieron esta panda de cabrones!
Percibí, por primera vez entonces, una clara expresión de dolor y arrepentimiento en Desiré. Quizás ella solo fuera también un peón de aquel siniestro juego de ajedrez.
—El caso es que… yo… era la primera vez que tenía que hacer ese tipo de cosas para el Solucionador y no me sentía preparada para resultar convincente, así que introduje, en la copa que bebía David, una pequeña cantidad de una sustancia que un contacto de mi hermano había conseguido en Sudamérica: escopolamina.
—¡Burundanga! ¡Pero qué narices estás diciendo! ¡Si esta droga se conoce en Europa desde no hace más de cinco años! —aquello empezaba a resultarme increíble. Empecé a pensar que aquella loca estaba inventándose aquella historia con algún fin que todavía escapaba a mi entendimiento.
—Solo puedo decirle, Darío, que el hecho de que los medios solo hayan prestado atención a la escopolamina desde tiempos recientes no quiere decir que no se conocieran antes sus efectos como sustancia con unos fuertes efectos de sumisión química de la voluntad.
—Pero, pero… el que conducía el coche aquella noche era Mario, uno de los amigos de mi hermano… —fue lo único que fui capaz de decir.
—Durante un tiempo, tras lo que pasó, no recordaba este detalle, pero lo cierto es que, en un momento en que me separé de su hermano, percibí cómo ese tal Mario intercambiaba una bebida por otra. Supongo que los efectos de la escopolamina tuvieron que ver en el lamentable accidente… yo solo quería ligarme a su hermano… nunca quise que… y ni siquiera logré mi objetivo; Miguel Ángel se sintió muy decepcionado conmigo…
Fue lo último que pudo pronunciar. Un fogonazo inundó la habitación, seguido de un fuerte estruendo producido por la rotura de los cristales de la ventana. Algunos de ellos saltaron hasta mi cara y mis manos, a pesar de que me encontraba algo alejado de Desiré. La cabeza me daba vueltas y no pude determinar si seguía consciente o lo que estaba sintiendo era solo una ensoñación. Caí de espaldas y sentí un fuerte golpe en la nuca. Se me nubló la vista y comencé a dejarme llevar por el sueño. Lo último que acerté a ver fue el cuerpo de Desiré desplomado en el suelo, rodeada de un inmenso charco de sangre.
(Continuará…)
Texto y argumento revisados por Sara García.