Nota del autor: Documento de procedencia desconocida.
Bilbao, 8 de enero de 2018. 23:58 h.
Quizás fueran estragos de estar abandonando la treintena, pero cada vez me suponía un mayor esfuerzo hacer viajes de una sola noche. O tal vez solo era fruto del estrés y de los disgustos. Había llegado esa misma mañana y, hasta ese momento, ni siquiera había disfrutado de unos minutos para comer algo.
Bilbao es una de esas ciudades en las que siempre me encuentro como en casa. Su ambiente cosmopolita y la hospitalidad de su gente han resultado siempre un gran aliciente para pasar desapercibido. En esta ocasión, me había alojado en un coqueto hotel de cuatro estrellas, cerca de la plaza Indauxtu, en el corazón de la zona de Abando. Tras dejar mi pequeña maleta en la habitación que había reservado, decidí caminar hasta el casco viejo, siguiendo la margen derecha de la ría del Nervión.
Como era costumbre en cada visita, mi primera parada me llevó hasta la plaza Nueva, donde pude echar un ojo a la prensa del día tomando una caña en el emblemático Café Bar Bilbao. A pesar del frío de la noche, el bullicio todavía reinante a esas horas dotaba al lugar de color y dinamismo. Miré el reloj, aún era temprano para ir a dormir. Un paseo me vendría bien.
Probablemente, cualquier persona podrá pensar de mí que soy un monstruo: que me dedico a actividades oscuras, e incluso ilegales, que soy un indecente, un criminal, o vaya usted a saber. Pero pocas personas serían capaces de entender lo complicada que es esta vida: crecer a la sombra de una persona que se hacía ver como un respetado abogado en su relación con los demás, pero que se volvía un ser estricto, ausente de cualquier empatía y, en más de una ocasión, cruel, cuando traspasaba las puertas de casa y volvía a convertirse en mi padre. Solo comenzó a mostrarme un cierto respeto cuando acepté incorporarme a su causa y desarrollar el rol de Solucionador. Su talante se relajó y, en algunas ocasiones, llegó incluso a mostrarme un cierto afecto. Ya no sentía que llamarme hijo era una completa pérdida de tiempo…
Una vez dentro, es muy difícil salir. Mi padre me captó con dieciséis años y llegó un momento en que no sabía hacer otra cosa. Ni siquiera Natalia, la única persona que creo que llegó a quererme, pudo sacarme de esta jodida espiral. Me había vuelto un instrumento, una de las herramientas más valiosas de la familia de la que mi padre se había rodeado. Maldita vida… mi padre no es un mal hombre, pero nunca supo tomar decisiones acertadas, más allá de una sala de justicia. “Qué habría pasado si la Emperatriz nunca se hubiera cruzado en su camino…” Este era un pensamiento que venía a mi mente con demasiada frecuencia.
Pagué la consumición, ensimismado en estos pensamientos, y me dirigí, casi sin quererlo, hacia el museo Guggenheim. El diseño vanguardista de Gehry siempre era capaz de aclararme las ideas. Su característico atrio diáfano y sus curvas siempre me han fascinado, aunque en esta visita no entraba en mis planes recorrer sus galerías. Al día siguiente debía acudir, temprano, a la reunión fijada, y al terminar debía volver a Madrid cuanto antes. “Lo más importante que debo dejar claro mañana es que la mercancía debe ser recibida en el puerto de Barcelona antes de final de mes, para poder distribuirla posteriormente a través de los distintos puntos de conexión. Y es vital que la red de ‘pitufeo’ sea controlada por nosotros”, me dije mientras rodeaba la majestuosa construcción bilbaína.
Me dirigía de vuelta a mi hotel cuando una llamada al teléfono móvil que llevaba encima me sobresaltó.
—Solucionador, llevo intentando localizarte más de media hora —la voz al otro lado sonaba suave y pausada.
—Al grano, M.T., no tengo toda la noche —respondí, emulando el tono de mi contacto.
—Objetivo neutralizado. Ha sido un disparo limpio, sin excesivo ruido y directo. El otro sujeto ha salido indemne, como me pediste. Quizás algunos rasguños producidos por los cristales —me informó, con diligencia profesional.
Es dura esta vida, vaya si lo es. Cumplir órdenes es la única regla. ¿El precio? A veces, traicionar tus principios; otras, deshacerte de aquellos que estorban, aunque lleven tu misma sangre.
(Continuará…)
Texto y argumento revisados por Sara García.