Nota del autor: Del diario de ADRIANA IBÁÑEZ.
Madrid, 15 de marzo de 2018. 22:25 h. Despacho Uría Menéndez.
Algo no cuadraba en todo aquello. Hasta hacía un par de meses, todos los contactos que Miguel Ángel y su entorno habían tenido conmigo se habían caracterizado por su tono amenazador. Y, de repente, pretendía que me incorporara a su entramado delictivo. ¿Se habría puesto nervioso? ¿O habría recibido órdenes de alguien más arriba para tenerme controlada? Sea como fuere, era evidente que Darío y yo nos estábamos enfrentando a algo más que a un sujeto peligroso.
Miguel Ángel… López Brey. Recordé sus apellidos de los años en que compartimos clases. No estábamos muy alejados el uno del otro en las listas de alumnos. Realicé una búsqueda en Google: nada. Ni redes sociales ni noticias. Amplié la búsqueda, introduciendo algunas palabras clave. Simplemente encontré una noticia en la versión digital de un diario antiguo una referencia a un joven que había ganado un pequeño torneo de ajedrez, hacía casi 20 años. En efecto, era el chico de la foto, pero de aquella información no pude sacar nada de interés. No dejaba de resultar extraño que alguien pudiera ser un fantasma digital en pleno siglo XXI, pero imaginé que alguien de su organización se encargaría de borrar el rastro, tal vez la maltrecha Desiré.
Debía seguir profundizando en el lodazal de aquella familia si quería conocer la magnitud de los riesgos que estaba valorando correr. Me vino a la mente alguna antigua conversación entre Darío y Miguel Ángel en el que este último le mencionaba el bufete de su padre: López Rivera y Asociados. Trasteé de nuevo por la red, incidiendo en la información contenida en la web del Colegio de Abogados. Más allá de lo referido en su portal corporativo, nada de valor. Algunas colaboraciones con agrupaciones profesionales y diversas ONG, a buen seguro para publicitar su propia marca. Estaba a punto de desistir cuando encontré una noticia de 2014 en la que el nombre de Miguel Rivera aparecía vinculado al de Verónica Mendoza Suárez, la archiconocida Emperatriz de Medellín.
Según pude leer, Miguel López Rivera figuraba como abogado de la negociadora colombiana, quien ha sido relacionada, en diversas ocasiones, con los cárteles de su país y el narcotráfico. Fue acusado por blanqueo, pero la información no indicaba que hubiera sido declarado culpable, por lo que supuse que se había librado.
Comprendí cuál era mi siguiente paso. Si finalmente iba a infiltrarme en la organización y tratar de desmontarla desde dentro; si buscaba proteger a mi amigo metiéndome en la boca del lobo, debía hacerlo sola. Pero tampoco debía pecar de imprudente, alguien debía velar por mi seguridad, o cuanto menos, conocer mis planes. Me puse en contacto con el comisario principal de la Policía Nacional Zúñiga de Román, antiguo jefe de la UDYCO1. Sabía que lo habían destinado a un puesto de mayor responsabilidad, pero confiaba en que todavía residiera en Madrid. Quedamos en vernos esa misma tarde, aprovechando un hueco que ambos logramos encontrar en nuestras agendas. Me sorprendió el interés del comisario Zúñiga por encontrarse conmigo, aun sin haberle comentado nada de mis intenciones. Le había pedido hablar en persona, era más seguro. Era un viejo amigo, compañero de batallas en mi época como abogada de oficio. Él era el comisario en el distrito de Madrid-Retiro, yo una letrada joven a quien pasearme por las dependencias policiales todavía imponía un cierto respeto. A pesar de su puesto, fue conmigo una persona cercana; siempre tuvo para mí una palabra de aliento y supo separar lo personal de lo profesional cuando nuestras opiniones o roles nos enfrentaban. En más de una noche de declaraciones, aparecía en la sala de interrogatorios con un café del bar de la esquina. Fue, sin duda, un padre, o un hermano mayor, como me gustaba agasajarle, para mí. Perdimos el contacto cotidiano cuando pidió el traslado del distrito Madrid-Retiro, pero siempre guardé con él una amistad especial.
Zúñiga de Román me había invitado a tomar café en su casa. Cuando llegué a su urbanización, me sorprendí por el esplendor que rodeaba la zona. Localicé su portal y llamé a su domicilio. Una voz de mujer me respondió y me animó a subir. Su esposa me esperaba en el zaguán de la puerta con una amplia sonrisa. Me ofreció algo de beber y acepté un refresco, mientras mi viejo amigo terminaba de arreglar unos asuntos en el despacho de su casa. Emiliano Zúñiga apareció vestido con un elegante traje, que realzaba su ya de por sí imponente imagen.
—No sabía que debía venir arreglada —bromeé. Emiliano rio, fuertemente, dejando entrever una cuidada sonrisa, a pesar de su edad. Debía estar cerca de la jubilación.
—Esto es lo mínimo si me visita la abogada más prometedora de Uría Menéndez —parecía que estaba al tanto de mi desempeño profesional. Primero Miguel Ángel y ahora él, ¿mi carrera se había convertido en un hecho de dominio público?
Laura, la esposa de Emiliano, nos acompañó a una larga mesa situada en el fondo del lujoso comedor. Nos sentamos uno al lado del otro y ella nos sirvió el café. Tras preguntarnos si necesitábamos algo, le indicó a su marido que se iba a ver la televisión a su habitación y nos dejó solos. En los minutos siguientes, puse al día a Emiliano del motivo de acudir a él: le hablé de Miguel Ángel y del chantaje al que nos estaba sometiendo, tanto a Darío como a mí. Sin embargo, omití algunos detalles, en especial los relacionados a la desaparición y presumible muerte de Desiré. Quería guardarme algunas cosas para investigarlas por mi cuenta. Tampoco profundicé en la relación entre D.J. y el que se hace llamar el Solucionador…
El comisario Zúñiga escuchaba mis palabras, atento, y, de vez en vez, tomaba alguna nota en un cuaderno que su mujer le había acercado cuando nos trajo el café. Expuesto el caso, le hablé, para terminar, de Miguel López y de su imputación por blanqueo de capitales. Nada más escuchar esto, Emiliano me interrumpió.
—López Rivera, el abogado de la Emperatriz de Medellín. Cómo no conocerlos… —me dijo, y me sostuvo la mirada, preocupado—. Tuve que darme con ellos en numerosas ocasiones durante el tiempo en que dirigí la UDYCO.
Era entonces, o nunca. Le expuse al comisario que Miguel Ángel me había ofrecido una cantidad de dinero en blanco a cambio de convertirme en su abogada, y la de su familia, y con el mandato de reclutar a Darío para la causa. Le comenté, tratando de mostrarme lo más convencida posible, mi intención de aceptar el ofrecimiento e incorporarme a su organización. Me había propuesto a mí misma que debía encontrar pruebas que ofrecer, después, a la policía y que ayudaran a desarticular el entramado. A cambio, quise saber si ellos podían brindarme algún tipo de protección.
—Adriana, no puedes ir por libre. Las cosas no pueden hacerse así —me reprendió, utilizando un tono más elevado de lo que le habría gustado. Se disculpó y trató de serenarse—. Escucha, hablaremos con la Fiscalía y coordinaremos un operativo con un agente encubierto. Mantengo buenos contactos en la UDYCO; cuentan con efectivos altamente preparados. Tú ya has hecho más que suficiente, tu aportación es de gran ayuda; ahora deja que seamos nosotros quienes nos ocupemos…
—Emiliano, sabes tan bien como yo que la oportunidad de infiltración en esa organización criminal lleva mi nombre, por mi amistad con Darío, que es el objetivo principal. Si no lo hago yo, esa puerta se cerrará —repuse, algo molesta por el cariz paternalista que había adoptado la conversación—. Estoy de acuerdo en contar con la Fiscalía, entiendo que son ellos los que deben autorizar la recepción del dinero y quienes deben gestionarlo, pero he de ser yo quien me involucre en esta operación. No me exigen abandonar Uría Menéndez, así que, aunque me tendrán vigilada, tendré una vía de escape para manteneros informados en todo momento.
—Está bien, está bien —concedió—. Pero dejemos la planificación por hoy. Mañana llamaré a mis compañeros de la UDYCO y a la Fiscalía Antidroga. Nos reuniremos con ellos y solo si contamos con el visto bueno de todos, pondremos esta locura en marcha, ¿de acuerdo? Ahora, vayamos con Laura a tomar unos pinchos. Tenemos muchas cosas que contarnos.
Accedí encantada. Me prometieron llevarme a un lugar encantador de aquella zona de Madrid. Quién me iba a decir a mí que aquella tranquila tarde me convertiría en una jugosa presa, a punto de caer en la boca del lobo.
(Continuará…)
Texto y argumento revisados por Sara García.
Aclaraciones del autor:
1. UDYCO: Unidad Central de Droga y Crimen Organizado. Policía Nacional. Se trata de una Unidad, integrada dentro de la Comisaría General de Policía Judicial que tiene, como funciones principales, la lucha contra el narcotráfico, a nivel nacional e internacional, tanto impulsando planes de actuación, como realizando operaciones de investigación y control, recepción y operatividad de entregas vigiladas, etc.; así como se encarga de colaborar en actividades formativas y capacitadoras en materia de drogodependencias.
Es simplemente genial, cada capitulo me sorprende y me engancha aún más.
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¡Gracias! Todavía nos esperan algunas sorpresas…
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Acabé y jamás creí engancharme a algo así, porque estas temáticas no van naaaada conmigo, pero estoy enganchadísima deseando el próximo episodio ya missssssssmooooooo 😀 ARGGGGGGG
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¡Qué decirte, Alba! ¡Gracias, gracias y más gracias! Por animarte a leerlo y por apoyarlo (y apoyarme tanto). Con lectoras como tú, escribir tiene mucho más sentido 🙂
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