Nota del autor: Documento de procedencia desconocida.
San Antonio, Texas (Estados Unidos), 25 de junio de 2018.
Un calor sofocante se filtraba entre las roídas persianas de aquel motel de carretera. Me había desplazado a Estados Unidos una semana antes, con la intención de cerrar varios negocios relacionados con la compraventa de armamento químico y militar, pero los acontecimientos de los últimos meses, junto con el aumento de la presión del gobierno norteamericano para detectar y sancionar el tráfico ilícito, habían aconsejado posponer las transacciones para más adelante, en otro lugar alejado de la influencia del poderoso presidente yanqui.
Así que, precisamente por ello, la excéntrica figura del mandamás republicano se había convertido en el plato fuerte y único de mi visita al continente americano: la Asamblea General de la ONU de septiembre estaba cada vez más cerca y quedaban todavía muchos elementos de la planificación por pulir.
Desde que mi padre se asoció de forma permanente con la Emperatriz, había aprendido que, por mi propia seguridad, era mejor no preguntar más de la cuenta. Mi cometido, recalcado por la negociadora y traficante colombiana, era coordinar y ejecutar las estrategias y dar forma, sobre el terreno, a los distintos proyectos ideados por ella y consentidos por mi progenitor. Sin embargo, en esta ocasión, la encomienda me estaba generando demasiadas incertidumbres; excesivos puntos oscuros para un exiguo beneficio en caso de éxito. No se me escapa que, desaparecido el magnate, las fronteras estadounidenses se relajarán. Además, todo vuelco político, y más si ocurre en la nación más poderosa del mundo, tiene consecuencias impredecibles que, de saberse aprovechar, pueden resultar muy ventajosas.
La operativa estaba en marcha desde hacía casi un año: el equipo de respuesta técnica que yo mismo había creado para esta misión había barajado las distintas opciones para llevar a término la labor, desde un accidente a un envenenamiento casual, pasando por el clásico disparo a quemarropa. Para tomar la mejor decisión, tuvimos que tener en cuenta todas las circunstancias en que desarrollaríamos la acción: la espectacular puesta en escena de seguridad que, sin duda, se desplegará en las septuagésimo terceras sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, a la que habrá que sumar la seguridad pública, encabezada por el Servicio Secreto, y privada de que gozará el presidente. También hemos de elegir cuidadosamente el momento en el que ejecutar la estrategia y hacerlo con precisión; un mínimo error daría al traste con el objetivo y, probablemente, nos regalará un final poco agradable…
Muchos son los interesados en que nuestro trabajo resulte a la perfección, algunos de ellos líderes de países cuya animadversión por la administración gringa roza lo patológico. Y esta circunstancia, lejos de lo que pudiera parecer, no nos ayuda en nada. Si nuestros propósitos se cumplen y triunfamos, ninguno nos facilitará decididamente los medios necesarios para alejarnos de la sombra de la nación más poderosa de la Tierra, de su CÍA, de su FBI o de su NSA; solo se aprovecharán del resultado, y, si por el contrario fracasamos, serán los primeros en señalarnos para alejar el foco de la responsabilidad de sus podridas cabezas. Esto es lo duro de este trabajo: siempre estás solo. Y más si te propones dar un vuelco a la estabilidad mundial.
Caía la tarde, dando paso a una despejada noche de lunes, en el downtown de San Antonio. Había reservado entrada para un espectáculo que estaba en boca de todos en el Woodlawn Theater, uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad. Después, una merecida cena en el restaurante Cured, una de las mejores opciones para degustar la comida americana moderna. Y lo mejor de la velada, sería la compañía: unas horas antes, había conseguido localizar a Mariana Torres, una vieja amiga oriunda de Tijuana, pero que había decidido establecerse en la capital tejana una década atrás. Me acompañaría al teatro, a la cena y a la velada posterior y, según me había asegurado, el resto de la noche correría de su cuenta. No era descabellado pensar que terminaríamos sin mucha ropa encima, brindando con un champán caro, en una suite de lujo de alguno de los mejores hoteles que albergaba la metrópolis. Sin duda, Mariana era de esas personas que sabían exactamente qué hacer para divertirse…
Estaba inmerso en esos pensamientos cuando saltó en mi teléfono móvil una alerta por correo electrónico recibido. Estaba en un viaje de negocios y, debido a ello, me sentía en la obligación de revisarlo y contestar, aunque sabía que nada bueno presagiaba el que alguien contactase conmigo en aquella cuenta de e-mail. Perezoso, recuperé mi celular del bolsillo, introduje la contraseña y procedí a la verificación por huella dactilar y por el iris de mi ojo izquierdo. Fuera quien fuera, no estaba dispuesto a que arruinara la que seguro sería una gran noche.
Me cortó, de súbito, la respiración el ver quién me estaba escribiendo, y, más aún, leer el escueto mensaje que se revelaba en mi pantalla:
“Solucionador, a tu padre y a ti se os acaba el tiempo. No se me conoce por la paciencia. Este es el último aviso.”
(Fin del Capítulo 7. Continuará…)
Texto y argumento revisados por Sara García.
Madre mia que intriga jajaj, tenía muchas ganas de capítulo y sin duda la espera ha merecido la pena.
Deseando ya leer el siguiente!!
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¡Gracias! Poco a poco vamos conociendo más de los planes de cada uno, aunque se enredan las decisiones de unos y otros… 🙂
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