La vida en regiones. Días 43-44

Una experiencia más allá de Santiago.

Día 43. Santiago-Curicó, 7 de agosto de 2019.

Son las 17:15 horas. Salimos a Curicó, una localidad a unos 180 kilómetros al sur de Santiago, en la región del Maule. Lo primero que me llama la atención es nuestro medio de transporte, un autobús de dos plantas. La nuestra, abajo, conocida como salón cama. Los asientos, aproximadamente una vez y media más amplios de lo habitual, reclinables y con una plataforma para descansar los pies. Cada lugar, provisto de almohadas; además, tenemos la posibilidad de arroparnos con una manta. Nos permiten subir con un café y algo para comer. En el piso de arriba, asientos similares a los que yo estoy acostumbrado a ver y a utilizar: se conocen como semi-cama.

Después de dos horas y media llegamos a Curicó. Un taxi nos lleva al Hotel Boutique Raíces. Su elegancia nos envuelve desde que cruzamos la entrada. Una copa de vino para cada uno nos espera, junto con unas botellitas de agua con gas y unas galletitas, como bienvenida a nuestra habitación.

La cena, servida por el propio hotel, consiste en una crepe con pollo y champiñones para ella y un delicioso entrecot de 250 gramos para mí, acompañados por unas verduritas salteadas y una ración de patatas fritas, que compartimos. Exquisitos. Bebidas; té y café para terminar. Poco más de 35 euros precio final. El Restaurante “Uva”, que así se llama el espacio, es considerado uno de los mejores de todo Curicó. El precio, espectacular. Considerablemente menos de lo que nos habrían cobrado en cualquier rincón de Santiago. “En regiones, todo es más barato”.

Día 44. Curicó-Talca-Santiago, 8 de agosto de 2019.

Despertamos temprano para desayunar juntos. Ella se marcha a trabajar; yo decido dar una pequeña vuelta en las cercanías. Llego a la calle de La Merced, en cuyo núcleo descubro un concurrido parque rodeado de palmeras. Más allá, la Iglesia del mismo nombre; un sobrio templo que me encantó conocer.

Tras unos instantes, continúo caminando algunos centenares de metros más –aproximadamente cuatro cuadras, según la denominación habitual en Chile–. Me detengo en un pequeño mercadillo con productos artesanales. A mi vuelta, me doy cuenta de que estoy frente a tres campus de sendas Universidades diferentes: la Universidad Santo Tomás, la Universidad de Talca y la Católica del Maule. Los tres centros educativos, prácticamente pegados. Entro en el campus de la Universidad de Talca: se trata de un Centro de Extensión donde puedo contemplar, gratuitamente, una exposición de obras de la Agrupación de Pintores del Maule. Vuelvo al hotel, cuando ella termina, recogemos nuestras cosas y proseguimos con nuestro viaje.

Son las 13 horas. En dos horas más debemos estar en Talca. Parece tiempo suficiente, considerando que ambos municipios están separados por 68 kilómetros. Utilizamos, de nuevo, el autobús. El de esta ocasión me recuerda mucho a mis viajes Béjar-Salamanca: el conductor va parando cada poco tiempo, suben y bajan personas. A todos nos cobran el billete –completo cuesta 1.500 pesos, unos 2,50 euros– salvo a una agente de la policía, que pareció entrar gratis.

Llegamos a Talca con el tiempo justo para un café. No hemos podido almorzar. Mientras ella lleva a cabo su sesión de trabajo de la tarde, en mitad de ninguna parte (a pesar de que la ciudad tiene más de 200.000 habitantes), yo espero en el Café Flor de Loto, una humilde cafetería que parece formar parte de un club social o similar. Me agrada la filosofía del lugar: se trata de un café inclusivo. Lo regentan tres señoras tan amables que incluso bajan el volumen de la radio cuando me ven trabajar.

Las 17:30 horas. Vamos a comer algo, pues desde el desayuno no probamos bocado. Un restaurante con comida peruana; vacío, pero nos atienden bien y la comida está rica. Nuestro autobús de vuelta a Santiago, en otro salón cama, sale a las 19:40; nos restan más de dos horas, tenemos tiempo de sobra. O eso creímos. A las 19:00 nos ponemos en marcha, pero nos dicen que a esa zona de Talca no llegan taxis, porque todo el centro de la ciudad está cerrado por la celebración de la fiesta del chancho muerto*, un ágape que ofrece la Municipalidad (algo así como el Ayuntamiento) durante todo el fin de semana en el que, además de músicas y espectáculos, se come mucha carne. Me recuerda a las matanzas de mi pueblo y alrededores. Pedimos un Uber y tampoco llega. Buscamos teléfonos de taxis en Internet. Después de más de media hora, nos recoge uno, pero ya hemos perdido el viaje de vuelta. Llegamos a la estación de Talca: por suerte hay un nuevo trayecto a las 20:10 horas, que sale con retraso y es menos cómodo. Aún así, nos obsequian con un café, un té y unas galletas. Y viajo por primera vez en un segundo piso.

Llegamos a Santiago a las 11 de la noche; exhaustos, pero felices de haber terminado con bien una nueva aventura. Percibo una sustancial diferencia entre Santiago y las regiones, tanto en el desarrollo urbanístico como en la capacidad de infraestructuras.

* Puedes consultar aquí más información sobre la fiesta del chancho muerto.

Termina una vivencia que me hace reflexionar. ¡Seguimos adelante!

Publicado por

Javier Sánchez Bernal

Licenciado en Derecho, Máster Universitario en Corrupción y Estado de Derecho y Doctor por la Universidad de Salamanca. Líneas de investigación: Derecho penal económico, Derecho y deporte, corrupción pública y privada. Proyecto de escritor.

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