Recibo por correo electrónico la propuesta de convenio regulador de la contraparte. Me sorprende comprobar cómo aún existen personas que, como fauna enfurecida, prefieren ahondar en el ecosistema de confrontación, utilizando cada medio a su alcance sin ningún escrúpulo, en vez de proteger a quienes de verdad importan: los niños. Ya lo decía mi mentor: ¡cuántas veces los árboles nos impiden ver el bosque! Releo los términos una y otra vez, dilucidando si trasladar el documento a mi clienta. No quiero hacerla sufrir más. La última vez las lágrimas no dejaban de brotar de sus agotados ojos. Mi ética profesional me obliga a poner en su conocimiento las exigencias de su exmarido, pero esta vez no nos reuniremos en mi despacho. Voy a proponerle acercarme a su domicilio después de su jornada. Estoy convencido: tan importante es dar una asistencia profesional como cuidar de la persona y de su entorno.
Recuerdo el día en que decidí que sería abogado especializado en Derecho matrimonial y de familia, mucho antes incluso de comenzar los estudios universitarios. Quizás porque yo no había tenido una infancia demasiado ordenada, sentía la necesidad de aportar mi granito de arena para que otros, especialmente los más vulnerados, no tuvieran que vivir esa misma experiencia. Los adultos (casi) nunca los tenemos en cuenta, mientras que ellos siempre están dispuestos a regalarnos una sonrisa para alegrarnos la vida.
Maravilloso pensamiento, estoy totalmente de acuerdo.
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¡Muchas gracias, Lorena! Cuántas veces nos olvidamos de los niños, en muchas circunstancias… ojalá, cuando dos personas ponen fin a su relación, supieran separar y mirar por el bien común de los más pequeños. ¡Muchas gracias por el comentario!
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