Nunca he sido demasiado dado a los sentimentalismos. Ser pragmático, por encima de todo, resulta de mucha utilidad en una vida como la mía. Miro el reloj por última vez; en quince segundos accionaré el mecanismo. Tras ello dispondré de dos minutos para realizar la llamada de alerta al jefe de la organización en la que me he infiltrado y salir del edificio como alma que lleva el diablo. Todo está calculado al milímetro; un solo error y toda la operación se irá al traste y, con ella, muy probablemente mi propio pellejo. No tengo dudas de me han encomendado este trabajo, precisamente, porque me jacto de no permitir que nada se interponga en una ejecución limpia y rápida… en definitiva, profesional.
Es mi costumbre no conocer a los objetivos, no involucrarme con lo que ocurre a mi alrededor puede convertirse en vital. En realidad, mi nueva ocupación, ahora al lado de las fuerzas del orden, no es muy distinta a cuando me ganaba la vida como mercenario a sueldo, salvo que no suelo tener que preocuparme por terminar el día en una celda. Moverte a un lado o al otro de la ley no distingue, en exceso, los remordimientos a la hora de irte a dormir, las cicatrices en el cuerpo o la satisfacción ante una misión cumplida.
Tras pulsar el botón y contactar con el capo alertándole de la entrada de intrusos, salgo corriendo en dirección a la azotea. No sé si se creerán el señuelo. De todas formas, el helicóptero me recogerá en minuto y medio y pies para qué os quiero. A pesar de encontrarme en forma, llego sin resuello a los pies de la aeronave, después de haber subido doce pisos de escaleras a la carrera. El piloto acerca el patín de aterrizaje al asfalto. En el momento de adentrarme en la cabina, comienzo a escuchar disparos a mi espalda. Sin dar tiempo a que puedan hacerme un agujero en la nunca, cierro la compuerta y las hélices toman vuelo mientras mi compañero, a quien saludo con un gesto de cabeza, dispara desde dentro como respuesta. Me giro y, al mirar, se cumple mi sospecha: conozco bien a quien trata de derribarnos con un arma de largo alcance. No sé si me ha descubierto o no, pero tal azar no cambia los planes. Mi compañero me indica, por señas, que tiene tiro y me interroga con la mirada, es lo que tiene estar al mando. Le doy el OK y tomo la precaución de volverme hacia otro lado cuando ráfaga de munición sale dirigida hacia la frente de mi hermano.
Reblogueó esto en RELATOS Y COLUMNAS.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Potente. Me ha gustado.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Muchas gracias, Keren! Un saludo.
Me gustaLe gusta a 1 persona