¡Sí, quiero!

Iquique (Chile). Fotografía propia.

Dicen que el destino siempre te brinda la oportunidad de cumplir tus sueños. En aquellos días, comenzábamos al fin a ver la luz al final de aquel dramático túnel que había significado la pandemia por el maldito bicho (así bauticé al SARS-CoV-2, ¿te acuerdas?) y una sola mirada entre los dos fue suficiente para reafirmarnos en nuestra decisión: había llegado nuestro momento. Cuánto habíamos suspirado, meses atrás, por reencontrarnos, mientras la emergencia sanitaria nos obligó a permanecer separados (solo por kilómetros). Sufrimos, crecimos, amamos por encima de todo. Y, tras las incertidumbres y dificultades propias del contexto, el maravilloso regalo de acariciarnos, de mirarnos frente a frente se hizo realidad: primero en Chile; después, en España. Juntos habíamos derribado un sinfín de barreras que, para otros, habrían resultado insalvables.

Julio de aquel verano. Llegábamos a la sala de embarque en el instante en que realizaban la última llamada para el vuelo de Madrid con destino Santiago de Chile. Una alegría penetrante, indescriptible, nos desbordaba de la cabeza a los pies: cruzábamos, de la mano, el gran océano para estrechar de nuevo a nuestra familia chilena, que nos esperaba con el corazón en fiesta y las puertas (y los brazos) abiertos.

Agosto de aquel verano. ¿Cómo describir esa sensación de felicidad que te hace estremecer hasta el último centímetro del cuerpo? Así me sentía yo, radiante, al observarte caminar a mi encuentro, de blanco inmaculado y con aquella sonrisa capaz de elevarme al cielo. Te colocaste a mi lado, tomaste mis manos y susurraste: “contigo, me siento plena, no necesito más”. Una lágrima rebelde, que no se había estudiado el libreto de la compostura, asomó valiente para desnudarme el alma. Y yo, algo torpe por la emoción, solo atiné a responderte: “contigo, donde la vida nos lleve”.

No hemos derrochado lujos, empero hemos disfrutado del desierto, del mar y de la montaña. No imagino mayor dicha que la que me procura tu compañía. Aquel día te miré, como sigo haciéndolo cada día, y supe que los azares de nuestra suerte, tal cual acaeciera, y las dificultades del camino nos harían más fuertes. Hoy escribo estas palabras, tras moler mi café y preparar tu tetera: aquel fue, como lo son todos desde entonces, el verano de nuestra vida.

(376 palabras, sin contar el título).

Relato presentado en el concurso de Zenda Libros: #elveranodemivida.

Publicado por

Javier Sánchez Bernal

Licenciado en Derecho, Máster Universitario en Corrupción y Estado de Derecho y Doctor por la Universidad de Salamanca. Líneas de investigación: Derecho penal económico, Derecho y deporte, corrupción pública y privada. Proyecto de escritor.

2 comentarios en «¡Sí, quiero!»

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