El dolor, un enemigo silencioso

Amiga/o visitante de la Buhardilla:

Hace tiempo que quiero reflexionar sobre un tema sobre el que, desde luego, tendría muchas cosas que decir: el dolor físico y cómo afecta a la vida diaria. Por ello, es probable que no agote mi experiencia en estas líneas. Lo cierto es que el dolor es una respuesta necesaria de nuestro cuerpo, pero resulta una experiencia subjetivamente muy desagradable.

Comencemos por el principio: no me refiero aquí al dolor puntual, agudo —el cual, por supuesto, genera evidentes inconvenientes—, sino a aquel que se padece de un modo crónico, diario y persistente, sin la opción real de que terapia o medicación alguna lo aminore.

Esta clase de dolor, continuo e inmisericorde, no solamente reduce la capacidad física y la energía —¡ojalá solo hiciese eso! —, sino que afecta decisivamente al plano anímico y emocional: cambios de humor, frustración, apatía, depresión. Sin duda, el dolor físico afecta a la salud mental. Y, en gran medida, contribuye a esta situación la incertidumbre. No saber cómo abordar el dolor o si este tendrá algún remedio, afecta decisivamente a quien lo sufre, pues la fuerza de voluntad es un ingrediente fundamental en cualquier tratamiento.

El dolor es una experiencia absolutamente imposibilitante; te impide disfrutar del día a día y se refleja en todos los órdenes de la vida personal y profesional. Conlleva la pérdida difícilmente reversible de independencia y seguridad en uno mismo, lo cual no solo se manifiesta en el plano individual, sino también en las relaciones sociales reduciendo, con ello, la autoestima—.

El dolor, no importa la intensidad del mismo —pues la valoración es puramente subjetiva—, no solo incide negativamente en la salud; resta, en definitiva, calidad de vida.

Y tú, ¿qué opinas?

Escribir en tiempos pandémicos

Amigo/a visitante de la Buhardilla:

Leyendo hace unas horas un hilo de Twitter publicado por Fran Ferriz (y cuyo primer tuit puedes leer aquí; no dejéis de visitarlo, sus dibujos son espectaculares), me ha llamado la atención la siguiente afirmación: «dicen que los artistas, crean mejor desde el dolor que desde la felicidad«. Fran dice no estar de acuerdo con la misma, si bien reconoce que él mismo ha creado más en etapas malas.

Me gustaría dejaros mi reflexión sobre este particular, pues se trata de un tema sobre el que he reflexionado y conversado en los últimos tiempos con diversas personas, algunas de mi entorno familiar más cercano. El punto de partida habría de ser reconocer que un artista —llámese escritor, cineasta, cantante o cualquier otro sea su talento— debería ser capaz de producir en cualquier contexto; de hecho, parece que poseer la habilidad de crear contenido en situaciones diversas es un signo distintivo de la calidad de ese don. 

Sin embargo, los estados de ánimo influyen y, en mi opinión, siempre resulta más fácil de asimilar y compartir una vivencia positiva que una negativa. En mi caso, al menos, los períodos de mayor fluidez —inspiración, si se quiere— han sido aquellos en los que existían sentimientos, experiencias o facetas de mí mismo que no podía exteriorizar de otro modo. Además, en mi propia experiencia, la escritura permite ordenar y asimilar el caos que generan el dolor y la tristeza. Por el contrario, la felicidad o la estabilidad son estados ordenados y, en ellos, la escritura ve aminorada su función catártica.

Existe una variable más que influye de forma decisiva en el proceso creativo —sobre todo cuando hablamos de expresión artística—: el conocimiento real y profundo de uno mismo. Es necesario tener presentes las propias fortalezas y debilidades, las habilidades y dificultades. Centrándome en la escritura —siguiendo unas sabias palabras que alguien me dijo el otro día—, no es necesario dominar o tener la inquietud de escribir sobre todos los temas o haciendo uso de todos los estilos literarios. De hecho, es fácilmente comprobable que algunos autores que son conocidos por su maestría en un género determinado no siempre triunfan en sus excursiones por terrenos inexplorados.

En conclusión, creo que la escritura —como cualquier otra expresión artística— debe mantener un cierto grado de imprevisibilidad, de juego; dicho en otros términos, debe el autor esforzarse por eliminar aquellos rasgos —presión, monotonía, etc.— que se hacen más presentes cuando un don se transforma en una profesión, pues ganarse la vida con ella no debe estar reñido con disfrutar de cada uno de sus procesos.

Y tú, ¿qué opinas?

Derecho y política no son caras de la misma moneda

Amigo/a visitante de esta Buhardilla.

Escribo estas líneas desde la tristeza y la preocupación por lo que estamos viendo estos días, tanto en España como en Chile. Dos escenarios que tienen, a mi entender, un lamentable punto en común: la deficiente gestión de las demandas sociales por parte de los gobernantes.

Porque, si pensamos en lo que sucede en Cataluña, nos encontramos ante un conflicto que es —al menos, lo fue en origen— eminentemente político. Y, como decía en algún post anterior, debería resolverse, con altura de miras, desde la política. Debemos exigir a los gobernantes que hagan su trabajo: sentarse en la misma mesa y llegar a acuerdos. Los ciudadanos, depositarios de la soberanía, tenemos la capacidad de demandar a quienes lideran las instituciones políticas que representen nuestros intereses de acuerdo a la voluntad popular. Y, si no son capaces, deben marcharse. Cualquiera de nosotros, si no desempeñamos nuestra labor de acuerdo a lo que se espera —o de acuerdo a lo que dice nuestro contrato—, sabemos qué sucede, ¿verdad?

Y es que, en política, debe poder discutirse de todo, siempre y cuando se respete el marco que nos hemos dado. Y si no nos gusta, también podemos cambiarlo, pero siempre respetando los procedimientos y las reglas establecidos. No deberíamos tener miedo a revisar las normas que hemos acordado entre todos. Porque, quizás, es precisamente ese inmovilismo el que nos ha llevado a las posiciones lamentablemente enconadas que hoy padecemos. Todos tenemos derecho a pensar distinto, a manifestarnos, a mostrarnos disconformes con una situación, con una sentencia. Nuestro ordenamiento y nuestra democracia así lo permite. Y debemos apostar por el diálogo, sin ambages, para resolver nuestras diferencias. La lógica nos muestra que apostar por imposiciones o por fórmulas unilaterales no es la solución.

Sobre lo que acontece en Chile, apenas me atrevo a dar una mera opinión personal, fruto de lo que yo mismo he podido ver viviendo allí. Creo que las caceroladas ciudadanas son resultado del hartazgo ante las desigualdades sociales que sufren. Muchas personas han decidido manifestar su hastío ante un sistema del que muchos se sienten excluidos. Incluso para mí, que sin duda me encontraba, en comparación, en una situación privilegiada, el día a día resultaba económicamente costoso. Entiendo que la gente esté cansada de tener que endeudarse durante meses para poder comer o para tener acceso a la sanidad más básica; que la educación o los transportes lleguen a ser bienes de lujo.

Y quienes gobiernan deben ser capaces de resolver el problema de fondo y, a su vez, de canalizar el descontento social y no solo centrar el debate en el restablecimiento del orden público —punto este necesario, por supuesto—.

En resumen: compete a los gobernantes apostar por el diálogo para resolver los conflictos, problemas o demandas sociales. En ellos hemos confiado para procurar el bien de todos, más allá de intereses partidistas y la búsqueda de votos a corto plazo.

¿Y cuál es el rol de las normas? En mi opinión, no podemos exigir al Derecho que resuelva conflictos que no son estrictamente o que van más allá de lo jurídico. La función de jueces y tribunales es aplicar la ley, y ello no es poco. Quienes aprovechen las legítimas aspiraciones de la mayoría para saltarse las normas o para delinquir, se encontrarán con la respuesta del ordenamiento. Y así debe ser. Pero, como algunas voces sostienen y yo también suscribo, en nuestras actuales circunstancias «una sentencia no resuelve nada» porque, entre otras cosas, tampoco es esa su función.