C.4-Ep.5. El cónclave

Nota del autor: Documento de procedencia desconocida.

Gibraltar, enero de 2018.

—Señores, siéntense. Mi gente y yo hemos comprobado que esta sala es segura: no hay dispositivos de vigilancia ni de escucha y hemos colocado diversos inhibidores de frecuencia y de redes inalámbricas. Lamento haber tenido que organizar esta reunión con tanta premura, pero los acontecimientos de los últimos días aconsejan extremar la vigilancia y actuar con inteligencia —la voz de aquella mujer confirmaba la autoridad que transmitía su porte elegante y distinguido. A cada uno de sus lados, un hombre, cada cual concentrado en su teléfono móvil—. Deben disculpar a mi contacto en Culiacán quien, a pesar de encontrarse en España en viaje de negocios, no ha podido acompañarnos. Solucionador, pónganos al día de la situación.

—Sí, claro, Emperatriz —carraspeó el hombre sentado a la derecha de la mujer, mudando su aspecto habitualmente intimidante por una actitud servil—. Bien, como saben, en los últimos años, el señor Luque de Moré-Servela gozó de nuestra protección y de la libertad suficiente como para acceder con éxito a la carrera judicial. Nunca le importunamos, ni le exigimos nada, cumpliendo nuestra parte del trato. Durante todo el tiempo en que nuestro pacto se mantuvo en letargo, traté de ponerme en contacto con él en varias ocasiones, con el único objetivo de conocer sus avances, pero siempre me esquivó o respondió con evasivas. Ante esta coyuntura, el pasado 2 de diciembre le envié un correo electrónico elevando la seriedad de mis palabras, pero, lejos de encontrar en el señor Luque una disposición adecuada, su desidia no ha hecho más que complicar nuestro trabajo…

Solucionador, disculpa. Creo que estás ofreciendo detalles insustanciales. La cuestión, aquí, es que, cuando el señor Luque inició la relación de negocios con mi hijo… quiero, decir, con el Solucionador, aceptó tácita, pero conscientemente, su colaboración futura en nuestra red empresarial. Facilitarle el acceso a la judicatura suponía su posterior colaboración en aquellos asuntos en que fuera preciso. Y ahora debemos conminarle a cumplir —el tercer integrante de la mesa, de edad más avanzada que los anteriores, habló con calma, dejando que cada palabra hiciera efecto en los dialogantes.

—Me hago cargo. Pero ahora díganme qué están haciendo al respecto —espetó la mujer, visiblemente molesta.

—Tenemos a alguien siguiendo de cerca todos los movimientos del señor Luque. Vigilamos su teléfono móvil, sus comunicaciones y sus visitas, en especial las que realiza a la señorita Ibáñez Sorolla y a ese tal inspector Manrique. No creemos, por el momento, que haya más personas involucradas —apuntó el hombre de más edad, situado a la izquierda de la mujer.

—Confío en su profesionalidad, señor López Rivera. El rol del señor Luque puede llegar a ser importante pero no se equivoquen: todo peón de nuestra partida es prescindible —la mujer pronunció aquello acentuando la entonación y dirigió una mirada a derecha e izquierda—. Recuerden que el espíritu de nuestra red es procurar el óptimo para todas las partes. Avancemos. Paso a informarles del estado actual de la próxima entrega: en los próximos días, una vez mi contacto en Cualiacán dé el visto bueno, llegarán a las costas de Algeciras casi nueve toneladas de polvo blanco que habrán de ser distribuidas a través de las treinta subredes de que disponemos. Cada repartición se hará según el modus operandi habitual, ¿entendido?

—Sí, señora —respondieron ambos hombres a la vez.

—De acuerdo, seguidamente entonces habremos de diversificar y redistribuir los réditos y beneficios. Nada de operaciones en cadena. Distintos canales y distintos enlaces. Rápido, limpio. Señor López Rivera, usted se encarga de los flecos legales. Solucionador, usted acelere la logística, y que su hermana se ocupe de limpiar cualquier posible rastro. Con respecto al señor Luque… actúen. Debe sernos de utilidad; vivo… o muerto —una vez concluyó las instrucciones, la mujer se levantó con la mirada perdida al frente.

—Todo claro, Verónica —expuso, inconsciente, el Solucionador. La mujer lo fulminó con sus ojos canela en llamas.

—La próxima vez que verbalice mi nombre deberá elegir una lápida a juego con su ataúd —y la mujer salió de la sala, serena, dejando un ambiente lúgubre a su paso.

La palidez de los otros dos compitió con el blanco que invadía el habitáculo.

(Fin del Capítulo 4. Continuará…)

Texto y argumento revisados por Sara García.

C.4-Ep.4. La cita

Nota del autor: Del diario de DARÍO LUQUE.

Salamanca, 8 de enero de 2018. 20:20 h.

Llegué a Salamanca con tiempo suficiente para pasar por casa y darme una ducha. Revisé mi habitación desordenada, junto al cuarto de baño, y me invadió la sensación de llevar ausente una eternidad. Amontoné en un rincón la ropa arrugada que tenía esparcida sobre la cama y guardé algunos documentos en el primer cajón del escritorio antes de elegir unos vaqueros y mi camisa Chevignon azul marino estampada en puntos blancos.

Dejé que el agua recorriera mi cuerpo despacio, me relajara y aliviara el estrés de los días pasados. Al salir, miré el reloj: menos de media hora para las diez. Recogí mi gabardina corta en gris plomo y cerré la puerta con llave tras de mí.

Tardé poco más de cinco minutos en llegar al Parador y aparcar el coche en los exteriores. Un empleado se dirigió a mí, con extrema amabilidad, en el instante en que atravesé el acceso principal del hotel.

—Buenas noches, señor Luque. La señorita López le espera en su habitación, permítame acompañarle —me sugirió, dejándome sin tiempo para reaccionar.

En cualquier otra ocasión, la fingida sonrisa de aquel hombre espigado me habría pasado inadvertida, pero en aquella, puso todos mis sentidos en alerta. Traté de rehusar su invitación y evitar que me guiara, pero, cuando quise darme cuenta, me señalaba, servicial, la habitación donde me aguardaba la hermana de Miguel Ángel.

Me habría gustado tener un minuto de soledad para ordenar los acontecimientos que habrían de suceder a continuación, pero era inútil: resultaba más que evidente que Desiré disfrutaba controlándolo todo cuando yo me encontraba cerca de ella; no era una mujer que dejase nada al arbitrio del azar.

El empleado me miró, divertido, y abrió la puerta con su llave magnética. Después, se despidió con un leve asentimiento de cabeza y se alejó, procurando desvanecerse a pesar de la intensa luz que iluminaba el pasillo.

Muy bien, Darío, no bajes la guardia. Son ellos o tú. Esta pesadilla debe acabar esta noche, sí o sí”.

Una voz conocida surgió del interior pasados unos segundos desde que me había quedado solo.

—Señor Luque, adelante, no sea tímido —sus palabras parecían componerse de dulzura y de… ¿miedo?

Ahí estaba. La encontré sentada al borde de la cama con las piernas cruzadas desde sus tobillos y una sonrisa encantadora. Llevaba un vestido largo de malla gris perla que contrastaba con su melena rubia suelta y sus labios en rosa fresa. Su apariencia me abrazó, transportándome a un universo paralelo en el que solo estábamos los dos: mi respiración se intensificó y se me aceleró el pulso.

—Atractivo, pero informal. Tal y como esperaba —su halago caló en cada rincón de mi ser como el agua que empapa la arena ardiente del desierto.

Con un leve gesto de su mano me indicó que me sentara en un pequeño butacón situado en frente de donde ella se encontraba. Por si tuve alguna duda, volvió a hechizarme con otra de sus sonrisas. Me quedé petrificado. Y ella, regocijándose por su dominio, aprovechó ese impás para levantarse, lentamente, y acercarse hasta mí. Me miró fijamente y puso su mano delicadamente sobre mi hombro. Ella de pie y yo sentado: una representación fidedigna de la fuerza de nuestras voluntades en aquella contienda. Percibir su perfume completó el proceso por el que Desiré había anulado mis sentidos. Estaba a su merced.

Ojalá alguien me hubiera prevenido del desastre que estaba a punto de ocurrir.

(Continuará…)

Texto y argumento revisados por Sara García.

C.4-Ep.3. El vínculo

Nota del autor: Del diario de ADRIANA IBÁÑEZ.

Madrid, 8 de enero de 2018. 16:28 h.

Adri, estoy encantado de haber vuelto a verte. Espero que podamos mantener el contacto y vernos alguna vez a partir de ahora. Pero, por el momento, te ruego que te alejes: debo hacer esto solo. Es lo mejor para todos. Cuídate.

La situación comenzaba a agotarme. Comprendía por qué Darío trataba de alejarme del foco; de retirarme del punto de mira del indeseable de Miguel Ángel y de su familia. Pero, por otro lado, me irritaba su actitud: él fue quien acudió a mí unas semanas atrás cuando se sintió acorralado; él volvió buscando mi protección y mi ayuda. Me involucré, sin pensarlo, y ahora, cuando pintaban espadas, ¿pretendía volver a echarme de su vida? ¿Acaso no confiaba en mí?

Quizás debía confesarle que, ahora que había vuelto a mi vida, me había dado cuenta de que sigo sintiendo cosas muy intensas por él. Pero, ¡no! Darío es una historia pasada. Así debe ser: tuvimos nuestro momento, disfrutamos de nuestra oportunidad y no supimos aprovecharla. Ninguno de los dos. Por otro lado, la conexión entre ambos fue únicamente física: él nunca fue capaz de expresar sus sentimientos, de arriesgarse ni de dejarse llevar. Nunca fue hombre de una sola mujer y, en este momento de mi vida, me merezco a alguien con quien vivirlo todo; un compañero que me haga crecer, que sume en mi vida y encaje las piezas de mi puzle incompleto.

Quizás el vínculo entre Darío y yo ya no era real. Probablemente tan solo se trataba de los efectos de haber reavivado una llama mal apagada en otros tiempos. Sí, seguramente todo esto no era más que un capricho de mi subconsciente. O tal vez no… a lo mejor Darío fue, es y siempre será el hombre de mi vida.

(…)

Nota del autor: Del diario de DARÍO LUQUE.

Nota del autor2: En aras a la fluidez de la historia, me he tomado la libertad de intercalar este fragmento del diario de Darío, cuyos acontecimientos ocurren al mismo tiempo que los vividos por Adriana.

Madrid, 8 de enero de 2018. 16:30 h.

Tras comer algo rápido en el McDonald’s de Puerta del Sol, me convencí inconscientemente de que debía regresar a Salamanca. Mi cabeza daba cobijo a un maremoto de sensaciones y de preguntas sin respuesta. ¿Cómo habría sabido Desiré que pensaba volver a Salamanca ese mismo día? ¿O acaso no sabía de mi estancia en Madrid y estaba citándome en el lugar en que era más probable que me encontrara? “Darío, céntrate, recuerda: esto no es un juego”.

La nota que, supuestamente ella, había dejado en mi coche volvió a encender mi lado irracional: “No solo soy buena en informática… ¿Se trata de una proposición? ¿O, simplemente, de una nueva trampa para llevarme a su terreno?”. Mi versión racional luchaba con todas sus fuerzas para que ignorara la cita, pero, lamentablemente, mi faceta pasional ya había decidido mi próximo movimiento en esta partida de ajedrez que estaba jugando sin desearlo.

Y, precisamente en ese momento, una imagen invadió todo mi ser, de la cabeza a los pies, en una mezcla de advertencia y de confortación: Adriana, la mujer de mi vida, la única a la que he amado, apareció en mi mente para recordarme cuál era el camino que debía seguir; de qué lado estar en aquella guerra de intenciones.

Nota del autor: Del diario de ADRIANA IBÁÑEZ.

Madrid, 8 de enero de 2018. 16:28 h.

(…)

Era hora de actuar y realizar una llamada a una vieja ‘amiga’. “No me voy a ir ahora, guaperas, ni te lo pienses”.

—¡Querida Adriana, cuánto tiempo! —respondió, con sorna, una voz al otro lado del teléfono—. Esperaba, desde hace días, que me llamaras. ¿Has reconsiderado mi ofrecimiento para vernos y tomar un café juntas?

—No estoy para chanzas, tienes que acabar con esto de una vez —impuse, enfurecida.

—Adri, Adri, Adri… siempre tan impetuosa —rio la voz—. Ya deberías saber que la vida sigue su curso, nos guste o no. Lo que está en juego está por encima de ti, de mí… y, por supuesto, de él.

—Me prometiste que lo protegerías. Esa fue la condición por la cual me alejé de su vida —dije, casi suplicando.

—Esta noche voy a verlo, estoy segura. Lo voy a cuidar muy bien, te doy mi palabra —su tono de suficiencia y de desafío resonó más allá del auricular.

Desiré acabada de dejarme claras sus intenciones: estaba dispuesta a llegar al final con tal de arrebatarme a Darío.

Colgué, ofuscada y convencida: yo tampoco había dicho, aún, mi última palabra.

(Continuará…)

Texto y argumento revisados por Sara García.