Nota del autor: Documento de procedencia desconocida.
Mosul (Irak), 8 de abril de 2018.
La operación llevaba en marcha más tiempo del que yo había sospechado; ya dicen por ahí que en el arte de la guerra no hay amigos. En momentos de soledad como aquel, volvían a mi memoria las palabras de mi hermana, aquel día, tres años atrás, en que terminó por ceder a las presiones de mi padre y aceptar la profesionalización de nuestros negocios.
—No me fío de esa negociadora colombiana. Padre lleva un año defendiéndola y ya ha tenido que librarse de un primer entuerto por lavarle su dinero. Deberíamos hacer algo —Desiré llevaba semanas tratando de sugestionarme para que hiciera entrar en razón a mi padre, aunque, en ese momento, yo compartía la visión de negocios de mi progenitor.
—Desiré, no insistas. Esta es una buena oportunidad para consolidar nuestra posición y ganarnos el respeto de la competencia. Seguir expandiéndonos nos ayudará, además, a mantener nuestras espaldas cubiertas —alegaba yo, siempre en tono condescendiente con ella.
—Bien, vosotros sabréis. Una cosa era salvar el negocio de padre y conseguir recursos para el tratamiento de madre, y otra convertirnos en criminales por diversión. Puede que, cuando queráis daros cuenta, sea demasiado tarde —respondía, airada—. Yo tengo la posibilidad de borrar mis huellas y desaparecer. Pero si un día vienen mal dadas estaréis avisados: me esfumaré lejos y no podréis contar conmigo…
Y ahora ella estaba muerta; rematada por una orden que salió de mi propia boca. Tuve que elegir entre su vida y mi pellejo y actué, a cambio de tener que cargar, sin remedio, con un extraño sentimiento de culpa que aparecía en mis momentos de oscuridad.
Debí atender a las recomendaciones de Desiré en vez de tratarla como si todavía fuese una niña pequeña. Ahora me veía envuelto en una maraña tejida por la ambición inagotable de la Emperatriz y la incapacidad de mi padre de renunciar al dinero y al poder que obtenía a la sombra de la todopoderosa colombiana.
Volví a la realidad sin saber muy bien cuánto tiempo había permanecido absorto en tales pensamientos. La llamada que estaba esperando no acababa de producirse y nunca he sido de los que le gusta que los planes se retrasen… Para calmar los nervios, recuperé, mentalmente, cada una de las actuaciones que, bajo el mando de la Emperatriz, habíamos ejecutado en los últimos meses: habiéndonos asegurado el control de más del 80% de la droga que sale desde América Latina hasta Europa y obteniendo réditos más que sustanciosos de algunos pequeños encargos para borrar del mapa a algunos políticos, empresarios y otros personajes influyentes en alguna parte del mundo, tanto mi padre como su socia, Verónica Mendoza, habían decidido que era hora de dar un paso más y sacar tajada de acontecimientos a gran escala.
Una fría mañana de finales de enero, mi padre se mostraba más expectante que de costumbre cuando nos vimos en una cafetería en Cádiz.
—Hijo, la Emperatriz me ha hablado de una oportunidad de intervenir en la guerra de Siria. Me asegura que, si invertimos dos o tres millones de euros en armar a los rebeldes, podríamos llegar a duplicar ganancias a corto plazo, gracias al apoyo de Estados Unidos —me dijo, confidente, mientras pedía un café solo doble con su gota de ron.
—Lo hemos hablado muchas veces. Desiré se fue alertándonos de los peligros de meternos en negocios de armas —repuse, sabedor de que mis argumentos no iban a convencerle.
—Tu hermana ya no está. Sabes como yo que ser pusilánime fue lo que desencadenó su triste final —arguyó, impertérrito—. Ten siempre presente que, para poder vivir de acuerdo a lo que te mereces, es imprescindible correr riesgos —sentenció, y comenzó a beberse el café con parsimonia.
—Prométeme que, al menos, minimizaremos las opciones de quedar expuestos —le rogué.
—Por supuesto, hijo, por supuesto…
A los pocos días de aquello me habló de nuestro nuevo paso en el rompecabezas en que se había convertido la guerra civil siria: intermediaríamos en la adquisición de componentes químicos para un comprador cuya identidad no nos fue revelada por la Emperatriz. Otro pellizco para nuestra sociedad y sin apenas intervenir; sería suficiente con servir de enlace entre comprador y vendedor… Cuando esta mañana he visto la noticia del ataque con armas químicas de ayer en Duma, no lo he dudado: ese es el trato que yo mismo cerré hace ya varias semanas.
Sonó mi teléfono móvil, devolviéndome a aquella tarde primaveral.
—¿Sí? —respondí, buscando que mi interlocutor atisbara mi enfado por la demora.
—Los equipos están sobre aviso. La Asamblea General de la ONU se celebrará el 26 de septiembre, en Nueva York. El presidente debe morir —dijo el hombre al otro lado, con la voz entrecortada. No llegué a percibir si por un esfuerzo o por la impresión que le causaba estar hablando conmigo.
El plan maestro de la Emperatriz se acaba de poner a punto: si sale bien, el devenir de Estados Unidos y, con él, del mundo entero, cambiará por completo. Si sale mal, daremos con nuestros huesos en alguna fosa común apartada de la civilización, o peor aún… en Guantánamo.
(Fin del Capítulo 6. Continuará…)
Texto y argumento revisados por Sara García.