Amigo/a visitante de la Buhardilla:
Leyendo hace unas horas un hilo de Twitter publicado por Fran Ferriz (y cuyo primer tuit puedes leer aquí; no dejéis de visitarlo, sus dibujos son espectaculares), me ha llamado la atención la siguiente afirmación: «dicen que los artistas, crean mejor desde el dolor que desde la felicidad«. Fran dice no estar de acuerdo con la misma, si bien reconoce que él mismo ha creado más en etapas malas.
Me gustaría dejaros mi reflexión sobre este particular, pues se trata de un tema sobre el que he reflexionado y conversado en los últimos tiempos con diversas personas, algunas de mi entorno familiar más cercano. El punto de partida habría de ser reconocer que un artista —llámese escritor, cineasta, cantante o cualquier otro sea su talento— debería ser capaz de producir en cualquier contexto; de hecho, parece que poseer la habilidad de crear contenido en situaciones diversas es un signo distintivo de la calidad de ese don.
Sin embargo, los estados de ánimo influyen y, en mi opinión, siempre resulta más fácil de asimilar y compartir una vivencia positiva que una negativa. En mi caso, al menos, los períodos de mayor fluidez —inspiración, si se quiere— han sido aquellos en los que existían sentimientos, experiencias o facetas de mí mismo que no podía exteriorizar de otro modo. Además, en mi propia experiencia, la escritura permite ordenar y asimilar el caos que generan el dolor y la tristeza. Por el contrario, la felicidad o la estabilidad son estados ordenados y, en ellos, la escritura ve aminorada su función catártica.
Existe una variable más que influye de forma decisiva en el proceso creativo —sobre todo cuando hablamos de expresión artística—: el conocimiento real y profundo de uno mismo. Es necesario tener presentes las propias fortalezas y debilidades, las habilidades y dificultades. Centrándome en la escritura —siguiendo unas sabias palabras que alguien me dijo el otro día—, no es necesario dominar o tener la inquietud de escribir sobre todos los temas o haciendo uso de todos los estilos literarios. De hecho, es fácilmente comprobable que algunos autores que son conocidos por su maestría en un género determinado no siempre triunfan en sus excursiones por terrenos inexplorados.
En conclusión, creo que la escritura —como cualquier otra expresión artística— debe mantener un cierto grado de imprevisibilidad, de juego; dicho en otros términos, debe el autor esforzarse por eliminar aquellos rasgos —presión, monotonía, etc.— que se hacen más presentes cuando un don se transforma en una profesión, pues ganarse la vida con ella no debe estar reñido con disfrutar de cada uno de sus procesos.
Y tú, ¿qué opinas?