7:55. Como cada mañana, me siento temprano frente a la ventana de mi salón para ver ese lazo azul. Tan alegre, tan vivo. Hoy tampoco falta a su cita, regalándome una de esas miradas que me hacen sentir el más afortunado del mundo. Solo ese gesto me infunde energía para sobrellevar la pesada carga a la que me enfrento. El lazo azul se esconde tras las cortinas de su ventana, pero sigue observándome: somos jugadores cómplices en una misma partida que comenzamos cada día, en la que no hay vencedores ni vencidos; solo el placer de participar.
7:59. El lazo azul me mira de reojo y se sonroja, a la par que me ruborizo yo. Hemos terminado nuestra ronda de hoy. Me he sentido especial con cada movimiento, con cada mirada furtiva, con cada deseo inexpresado pero evidente. El lazo azul y yo sabemos que nunca compartiremos el mismo tablero, pero seguiremos citándonos tácitamente cada amanecer, a la misma hora, frente a frente.
La chica del lazo azul.