Levantó la vista al cielo azul y sonrió. ¡Sí! Después de tantos sinsabores, de tantas lágrimas y de tantas preguntas sin respuesta que le había impuesto la vida, podía decir que ahora era feliz. Quizás no fuera el más listo, ni el más guapo, pero era el más afortunado de cuantos seres humanos había conocido; a buen seguro el más dichoso de cuantos alguna vez respiraron el oxígeno del aire. Poco a poco fue sintiéndose mejor, conforme se acercaba a la orilla de aquella playa de arena fina y de aguas insultantemente cristalinas. El sueño de su vida, por fin cumplido. Cuando estuvo lo suficientemente próximo como para dejarse llevar por la brisa y el rumor de las olas frente a él, se giró.
A su lado, ella: su más fiel compañera, su amiga, su amante, su todo. La que no lo abandonó cuando perdió su magnífico trabajo, ni cuando el accidente de coche le arrebató sus piernas… y su ilusión. Ahora ella estaba tras él, empujando su silla de ruedas, y también sonrió. En aquel instante comprendió que no necesitaba más para sentirse pleno.