82. Invisibilidad

(Serie “Microrrelatos Apocandémicos” IV)

15 de noviembre de 2121

No tengo dudas; el reloj corre en mi contra y le quedan muy pocas vueltas. Así que, de ahora en adelante, iré al grano. En la anterior página que he decidido conservar, hablaba del Proyecto Übermensch. Recuerdo haber comentado que los participantes eran animados a mantener relaciones íntimas entre sí y ello sucedía sin importar el género o la edad. Es momento de confesarlo: soy hijo de una de las parejas que se formaron durante el experimento; una de las pocas que, curiosamente, mantuvieron un vínculo exclusivo y monógamo durante los años en que yo cohabité con ellos en aquel dantesco lugar.

Las rutinas eran estrictas: levantada a las 6 de la mañana, desayuno a las 7 (a los niños nos permitían dormir hasta las 8) y, después, desde las 9 hasta la hora del almuerzo, mis padres desaparecían, dejándome en una especie de jardín de infancia donde nos amontonábamos todos los menores de 12 años, a cargo de un muchacho que no superaba los 15 y que se pasaba los días leyendo o dormitando recostado en una desvencijada silla.

Cuando mis padres regresaban, lo hacían siempre con un ánimo distinto al que tenían cuando se habían marchado: a veces se mostraban adormecidos (drogados, intuí después), otras veces excesivamente efusivos o tristes, melancólicos o enfadados. Pero siempre juntos, de la mano y caminando al compás.

A la hora de la siesta, volvían mis padres a evaporarse y, en no escasas ocasiones, no volvía a verlos hasta el día siguiente. Cualquiera diría que mi vida era un infierno, pero resulta una ventaja no haber conocido otra cosa ni haber disfrutado de verdadera libertad.

No recuerdo con exactitud cuántos años pasé en aquella especie de ciudad cubierta en miniatura. Fueron quizás 10, tal vez 11. Y, de repente, una mañana, cuando desperté, no me encontraba en mi habitación ni había rastro de mis padres. Hasta hoy.

A pesar de mi delicada situación, no pierdo la fe en saber toda la verdad, pero, para llegar hasta ella, necesito revelar hasta el último detalle del Proyecto Übermensch. Ojalá la vida me alcance para ello…

78. Insaciabilidad

(Serie “Microrrelatos Apocandémicos” III)

2 de noviembre de 2121

¿Por qué la cura contra el SARS-CoV-2 provocó el fin de la especie humana, tal y como era conocida? No es que me preocupe mi seguridad, dado el poco tiempo que me queda, pero, conociendo todos los intereses en juego, no puedo ofrecer detalles acerca del Proyecto Übermensch. No obstante, sí puedo contar la verdad de aquello que se conoce:

Enrico Gentile, CEO de AnViDi Enterprise, sucumbió al poder del dinero y permitió el acceso a la patente de la vacuna MAV2.1 a Ülrick Schwarz, un supuesto magnate con propiedades en más de 25 países. Lo que Gentile no supo es que Schwarz era también el capo de una de las organizaciones criminales más poderosas del momento, con contactos en más de medio mundo.

Aunque no llegó a conocerse cuál fue el volumen económico de la transacción, pudo probarse que Schwarz compartió la información que había obtenido con Jacob McTrinity, el líder de una secta de fanáticos que confundían los avances científicos con la idolatría religiosa (adoraban al ser humano como entidad todopoderosa).

De este grupo parte el Proyecto Übermensch: su objetivo, convertir a los humanos en  entes sobrenaturales inmunes a la enfermedad, la decrepitud y, consecuentemente, a la muerte.

La farmacéutica AnViDi se convirtió en mecenas de una serie de investigaciones auspiciadas por algunas de las Universidades más relevantes de Europa, América y Asia. Estos centros fueron evidentemente engañados acerca de los propósitos y el alcance del Proyecto, pero, a través de estas alianzas, Schwarz y McTrinity consiguieron blanquear la iniciativa y llegaron a contar, incluso, con el apoyo, más o menos expreso, de los gobiernos de Estados Unidos, China, Alemania, España, México o Brasil; llamó la atención, sin embargo, el silencio de Rusia.

Comenzaron los ensayos en algún lugar recóndito de África y la Antártida: duras pruebas de supervivencia, complejos desafíos intelectuales… incluso se fomentaban las relaciones íntimas entre los participantes, a fin de conocer mejor sus fortalezas y debilidades.

La ambición de unos y la desidia de otros dio el pistoletazo de salida al más cruel relato de destrucción contenido en el Apocalipsis…

76. Irreverencia

(Serie “Microrrelatos Apocandémicos” II)

1 de noviembre de 2121.

Ni siquiera sé por qué estoy escribiendo esto… quizá porque, cuando me hayan matado o yo mismo haya terminado con mi agonía, quisiera que alguien conociera la verdad.

Decía en mi anterior misiva que todo comenzó con la vacuna MAV2.1, hace ahora cien años. Pero no quisiera que se malinterpreten mis palabras: no critico el tratamiento, ni los avances de la ciencia, los cuales celebro, sino el uso mentecato que mis predecesores en la especie dieron a sus capacidades. Encontrar el remedio en menos de un año comenzó a instalar en sus frágiles intelectos el absurdo convencimiento de que serían capaces de cualquier cosa: algunos comenzaron poniendo en duda la pandemia y terminaron por negar el cambio climático, la pobreza o las desigualdades… llegaron a creerse invencibles.

Los líderes políticos y económicos se abonaron a la mentira; se convencieron, o más bien trataron de persuadir al vulgo, de que cualquier estrategia o mensaje estaban justificados si la finalidad era justa. He aquí el problema; cada cual entiende por justicia lo que más le conviene.

Lo siento… no debería desviarme del tema. La cuestión es que los límites de la ética y la legalidad se diluyeron. “Debemos estar preparados ante una próxima emergencia a nivel mundial y, para ello, debemos desplegar todas las herramientas que estén en nuestras manos”, decían. La información sesgada, o directamente mendaz, se propagó como la pólvora: fake news, clickbaits… el caldo de cultivo para que la demagogia terminara calando en cierto sector de la población, generalmente, el menos crítico o instruido. Por otro lado, aquella primera catástrofe sanitaria llevó a otro sector a sacar su lado más egoísta. Y ese punto fue crucial para acelerar el hastío y la pérdida de confianza de la mayoría en las instituciones y la consiguiente renuncia a la participación y a fiscalización de las decisiones públicas.

Todo esto llevó a algunos a creerse inmunes y a considerar que cualquier tropelía quedaría impune: hambre, corrupción, miseria. Ingredientes todos ellos de un brebaje venenoso, a la vez que adictivo, que sedujo a quienes debían velar por el interés de todos.

Se vaticinaba el desastre: tic, tac, tic, tac…