(Serie “Microrrelatos Apocandémicos” IV)
15 de noviembre de 2121
No tengo dudas; el reloj corre en mi contra y le quedan muy pocas vueltas. Así que, de ahora en adelante, iré al grano. En la anterior página que he decidido conservar, hablaba del Proyecto Übermensch. Recuerdo haber comentado que los participantes eran animados a mantener relaciones íntimas entre sí y ello sucedía sin importar el género o la edad. Es momento de confesarlo: soy hijo de una de las parejas que se formaron durante el experimento; una de las pocas que, curiosamente, mantuvieron un vínculo exclusivo y monógamo durante los años en que yo cohabité con ellos en aquel dantesco lugar.
Las rutinas eran estrictas: levantada a las 6 de la mañana, desayuno a las 7 (a los niños nos permitían dormir hasta las 8) y, después, desde las 9 hasta la hora del almuerzo, mis padres desaparecían, dejándome en una especie de jardín de infancia donde nos amontonábamos todos los menores de 12 años, a cargo de un muchacho que no superaba los 15 y que se pasaba los días leyendo o dormitando recostado en una desvencijada silla.
Cuando mis padres regresaban, lo hacían siempre con un ánimo distinto al que tenían cuando se habían marchado: a veces se mostraban adormecidos (drogados, intuí después), otras veces excesivamente efusivos o tristes, melancólicos o enfadados. Pero siempre juntos, de la mano y caminando al compás.
A la hora de la siesta, volvían mis padres a evaporarse y, en no escasas ocasiones, no volvía a verlos hasta el día siguiente. Cualquiera diría que mi vida era un infierno, pero resulta una ventaja no haber conocido otra cosa ni haber disfrutado de verdadera libertad.
No recuerdo con exactitud cuántos años pasé en aquella especie de ciudad cubierta en miniatura. Fueron quizás 10, tal vez 11. Y, de repente, una mañana, cuando desperté, no me encontraba en mi habitación ni había rastro de mis padres. Hasta hoy.
A pesar de mi delicada situación, no pierdo la fe en saber toda la verdad, pero, para llegar hasta ella, necesito revelar hasta el último detalle del Proyecto Übermensch. Ojalá la vida me alcance para ello…