86. Secreto de sumario (VI)

Mi primer impulso fue encender la linterna del teléfono móvil; no me hacía ninguna gracia tropezar y acabar con mi cara estampada en el suelo. Sin embargo, la voz sin rostro me advirtió que cerrase la puerta. Un dispositivo de seguridad se accionó y, de forma automática, una potente luz led iluminó la estancia, descubriendo a mi acompañante. Una joven, en apariencia de unos 29 o 30 años, me miraba con unos penetrantes ojos negros. Su gesto, serio y profesional, me indicó que no me había invitado a hacer turismo. Siempre he sido una persona insegura y aquella situación acrecentaba mis fantasmas.

—Siéntese —señaló una silla frente a ella, separados por una impresionante mesa de caoba —¿le apetece un café o un té; agua o un refresco tal vez?

—Gracias. Un café estaría bien. Solo. Sin azúcar, por favor.

Traté de recuperar el aplomo mientras mi interlocutora preparaba la bebida caliente. Me encontraba en un espacio tipo apartamento, con un amplio salón-comedor, cocina americana abierta y un pequeño dormitorio separado tan solo por una cortina. La única puerta interior ofrecía intimidad a lo que supuse era un minúsculo cuarto de baño. El lugar presentaba una decoración sobria, nada esmerada, y parecía, antes que una vivienda, un centro de operaciones o un alojamiento de paso.

—Quién es usted y qué hago aquí… —pregunté, con mayor vehemencia en la mirada que en las palabras.

—Sea paciente. De momento, disfrute del café. Se trata de una variedad exclusiva de Arábica, importada directamente de Minas Gerais —me respondió, regalándome de nuevo una muestra más de una personalidad arrolladora.

—Dígame, al menos, cuál es su nombre…

—Como comprenderá, no le he sometido a este sofisticado juego de pistas para revelarle mi identidad a las primeras de cambio. Relájese; siéntase en su casa, señor Yagüe.

La joven caminó hacia mí, sosteniendo sus ojos sobre los míos y una leve sonrisa pugnó por dibujarse en sus labios. Al llegar a mi altura, su expresión se intensificó, buscando infundirme una seguridad que había perdido en algún lugar de la ciudad bastantes minutos atrás. Un instante después, en un nuevo movimiento calculado, se afanó buscando en uno de los armarios situados en el espacio que hacía las veces de dormitorio. Aprovechando el impás, me deleité con el color y el aroma, la textura y el sabor intenso de la taza humeante que sostenía en mis manos. Exquisito, embriagador, eléctrico; el mejor bálsamo para mi zozobra. Hasta ese extremo demostraba conocerme mi anfitriona.

Cuando apuré el delicioso líquido castaño, mi acompañante volvió a tomar asiento y me tendió un folio tamaño A3 con una impresión en color. Un escalofrío de miedo me estremeció el cuerpo y me demudó el rostro al comprobar el contenido: tenía ante mí la primera página del diario de la competencia, ese donde todavía trabajaba el contacto de Suárez, del día 12 de enero, es decir, tres días después de aquella noche de sábado en la que yo estaba asistiendo, incrédulo, a tan inesperado e irracional encuentro.  

El titular, presidido por un crespón negro que ocupaba prácticamente la totalidad de la portada, no dejaba lugar a dudas: Va por ti, Manrique. La entradilla, en letra ligeramente más pequeña, rezaba: Nuestro compañero apareció muerto anoche, alrededor de las cinco de la madrugada, en extrañas circunstancias. La policía no descarta ningún móvil, aunque se barajan hipótesis relacionadas con sus recientes investigaciones.

Día 30: «Un reto hipnótico»

¡Hoy termina el reto: “Una palabra por 30 días”! Desde el pasado 10 de mayo, he publicado un post diario con un microrrelato que contuviera la palabra correspondiente de la siguiente imagen. Por ser esta la última narración, he decidido que contendrá 500 palabras, la extensión máxima que me propuse al inicio.

Si todavía quieres participar y dejarme tus creaciones en los comentarios, o si no has podido seguir cada texto durante el mes, puedes leerlos y consultar las bases, aquí.


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Día 30 (final): 8 de junio de 2021

Palabras del día: Todas las del reto

Extensión: 500 palabras

—Un, dos, tres… ¡duerme! Andrés, ¿está conmigo? Comienza la película de su vida. Dígame qué ve.

—Soy yo, en mi infancia; debo tener unos siete años. Estoy en el aeropuerto, a punto de tomar un ascensor. En la planta superior me espera mi padre: voy a volar en avión con él por primera vez.

—¿Y cómo se siente?

—Bien, un poco nervioso, pero estoy muy emocionado.

—De acuerdo, de acuerdo. Avancemos un poco. Vamos al día en que cumplió doce años. Cuénteme qué sucede.

—Mis padres han preparado una gran fiesta e invitado a todos mis amigos. Soy muy feliz porque me han regalado, al fin, la bicicleta que tanto tiempo he deseado.

El paciente comienza a llorar desconsoladamente.

—Andrés, ¿qué ocurre?

—Mi madre. No está. El atardecer se vuelve gélido y la naturaleza del gran jardín trasero se agita. Escucho gritos por todas partes y mi padre corre hacia la piscina. Mi abuela me pide que suba con mi hermana a mi habitación y que no volvamos a bajar hasta que ella nos avise. Me asomo a la ventana y observo, en la distancia, su cuerpo inerte, como si fuese un muñeco de trapo. Mi hermana vocifera y convulsiona; nunca la he visto así.

—Trate de continuar…

—¡No, espere un momento! Me encuentro ahora en la casa de mis abuelos, frente a un impresionante retrato en madera de mi madre. Hay velas y muchas flores a mi alrededor…

No está funcionando. Debo encontrar la huella emocional de su trastorno ansioso-depresivo. Asumiendo el riesgo, he de ser más incisivo ahondando en sus recuerdos.

—Andrés, escuche mi voz. Ahora tiene usted veinticinco años. Descríbame el día de su boda.

—Mi esposa está radiante; el vestido blanco potencia el brillo de sus iris color té con limón. Mi sobrinita, de cinco años, anuncia, a voz en grito, que el sacerdote viste unas zapatillas Converse de color rojo. ¡Es épico! ¡Mi hermano no sabe dónde meterse! ¡Apenas se puede seguir con la Eucaristía por la algarabía que se ha montado!

Inmediatamente, su voz se trunca y comienza a temblar.

—Salimos de la ceremonia. Mi cuñada y la niña se montan en el coche y… y…

Andrés, mi paciente, se derrumba de nuevo. Por hoy, debo dejar de vagar de rama en rama y despertarlo o el trauma puede empeorar. El pez león (o Pterois antennata) del acuario que preside mi consulta se remueve incómodo tratando de hacerme comprender que se ha cansado de buscar la perla dentro del cofre que ornamenta el fondo. No sé; tal vez no sea muy ético reconocerlo, pero presiento que este caso tiene duende. Quisiera hacer mucho bien al pobre hombre que sufre tumbado en el diván.

—Muy bien, Andrés; lo ha afrontado estupendamente. Es suficiente por hoy. Voy a contar, regresivamente, del diez al uno y cuando chasquee mis dedos, despertará, ¿de acuerdo? Diez, nueve, ocho…

Abre los ojos, desorientado.

—Ha sido realmente intenso, pero hace progresos. La próxima semana continuaremos. ¿Le apetece a usted un dulce?

Día 22: «Felices 500»

¡Bienvenido/a al reto: “Una palabra por 30 días”! Desde el pasado 10 de mayo hasta el próximo día 8 de junio, publicaré un post diario con un microrrelato que contenga la palabra correspondiente de la siguiente imagen. Además, el relato contendrá el número de palabras que resulte de generación aleatoria.

¡Me encantaría que participaras y dejases tu creación en los comentarios! Puedes consultar las bases, aquí.


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Día 22: 31 de mayo de 2021

Palabra del día: FIESTA

Extensión: 386 palabras

A aquellos de vosotros, amigos y amigas, que disfrutáis de la literatura, sea como profesión o por afición, no os resultará difícil comprender qué significa dar forma a un sentimiento, a una idea o crear una historia a partir del barro… o de un folio en blanco; cuánto cuesta arrancarte de dentro esa esencia que pugna por salir y convertirla en algo bello o, cuanto menos, puro: elegir las palabras adecuadas; dibujar el ritmo, el pulso y el tempo precisos que requieren un lugar o un instante, un principio o un final. Es maravilloso sentir la satisfacción de cerrar las páginas de un libro o la pasión que destila cada nueva aventura con un bolígrafo en la mano o con las teclas a la vista. Todos ellos son, indudablemente, ingredientes que me definen.

Aún recuerdo aquella noche, hace algo más de tres años, en la que me animé a escribir la primera bernalina, aprovechando las horas de vigilia en las que la mente se afila y cómo, día a día, fui creando pequeños versos, en ocasiones, sin sentido; en otras, intensos hasta el extremo. En un primer momento solo pretendían ser un desahogo, un asidero ante los cambios que vivía. Más tarde, siguiendo algunos consejos y con un cierto temor, decidí reabrir la Buhardilla de Tristán, inicialmente a través de Instagram (“resucitando” así a ese personaje que en ella descansa), para posteriormente recuperar el que un día fue un hogar en Internet, prometiéndome que lo utilizaría solo como un lienzo para esa incipiente forma de expresarme.

Y casi sin darme cuenta, encarando ahora la recta final de un reto que me ha renovado por dentro y por fuera, compongo la entrada número 500. Me parece un sueño, aunque me pellizco y estoy despierto. Gracias, desde lo más profundo de mi inspiración, a todos los que, de una u otra forma, habéis sido (y sois) parte de esta increíble locura. Gracias, amigos; gracias, familia y, especialmente, gracias, amada esposa, por alentar cada una de mis letras.

Apreciadísimo lector: cada una de tus visitas, comentarios o interacciones engrandece este blog y a mí, con él. Dado que seguimos en contexto pandémico, no puedo celebrar este hito con una gran fiesta, pero rubrico esta carta con la mayor felicidad. Desde siempre, y para siempre, esta Buhardilla será nuestra casa.