C.4-Ep.1. La advertencia

Nota del autor: Del diario de DARÍO LUQUE.

Madrid, 8 de enero de 2018. 14:14 h.

Habría pecado de imprudente si hubiera desaprovechado la oportunidad de cambiar impresiones con mi contacto en el CNI. Un alto cargo a quien, para agilizar mis anotaciones de ahora en adelante, identificaré con el acrónimo GAL.

No estaba muy seguro de que fuera la mejor de las opciones; mi instinto me alertaba de que no era el paso más acertado, pero me sentía en la obligación de avanzar. Realicé una llamada perdida a la línea segura que utilizábamos para comunicarnos. Ya conocía el procedimiento: media hora después, en un punto intermedio de la A-4 Madrid-Sur, entre Pinto y Aranjuez. Mientras conducía al lugar convenido, pensaba en si debería comentarle a mi interlocutor las conclusiones que había sacado de mi reunión con el inspector Manrique. Hasta donde yo sabía, ambos no se conocían pero, si mi memoria no fallaba, mi enlace con el CNI había tenido, en el pasado, más de un roce con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Lo más prudente sería mantener mis otras fuentes al margen.

Llegué al lugar cinco minutos antes del momento acordado y me entretuve en ordenar la guantera de mi Audi Q5. No era fácil ocultar el vehículo, pero la privacidad era una de las premisas innegociables con el dirigente de Inteligencia. La última vez que habíamos coincidido, lo había encontrado preocupantemente desmejorado, aunque seguía conservando su semblante hierático y la extrema diligencia en su trabajo, propia de un buen espía curtido en decenas de batallas, a pie de campo y en los despachos de las altas jerarquías. Su sola presencia desprende tal autoridad que nadie, esté a sus órdenes o no, osa desafiar sus instrucciones sin una razón de peso que lo justifique y sin arriesgarse a conocer el lado poco amable de aquel hombre corpulento como respuesta.

—Mi carácter es mi penitencia militar —se limita a responder cuando alguien de su confianza le reprende con una mirada inquisitiva.

Gajes del oficio; su vasta carrera militar en el Ejército del Aire le había imprimido la condición de tipo duro. Por lo que a nuestra relación respecta, no puedo decir que seamos amigos, pero nuestras fructíferas colaboraciones pasadas nos han granjeado un respeto mutuo que va más allá del ámbito estrictamente profesional.

Treinta segundos antes de la hora acordada, un Mercedes Serie A con las lunas tintadas se colocó a mi derecha. Uno de los asientos de atrás bajó ligeramente la ventanilla: ahí debía sentarme. “Bien, vamos allá”.

GAL me interrogó con su expresión cuando estuve a su lado.

—¿Qué es lo que has hecho, Luque? —protestó, a modo de saludo.

—Perdona, no sé… —acerté a balbucir, sorprendido por la hostilidad del recibimiento.

—No me vengas con evasivas, joder, que te tengo estima, pero no soy gilipollas —a pesar de la brusquedad de sus palabras, la estupefacción que debí reflejar relajó las facciones del antiguo alto mando del ejército—. Has hablado con ese poli amigo tuyo, ese tal… inspector Manrique. Te pedí discreción a cambio de involucrarme en esta historia y ¿has acudido a la Policía Nacional?

—Pensé que abrir el abanico de fuentes me daría mayor perspectiva —me justifiqué.

—¿Y bien? ¿Te ha dado algo interesante? —ahora la voz de GAL mostraba una condescendencia paternal que me molestó. Pero me esforcé por mantener una actitud lo más neutral de lo que fui capaz.

—Nada. Todo mierda circunstancial. Solo me ha dado un nombre: Verónica Mendoza Suárez —reconocí, cariacontecido.

—De acuerdo, ya conoces a la Emperatriz. ¿Algo más?

—Disculpa, ¿has dicho la Emperatriz? —la incredulidad volvió a inundarme. “¿Qué está pasando aquí? ¿Qué mierda de juego es este?”. En ese momento, me sentí el centro de un baile de marionetas, el protagonista de un juego en el que todos se estaban divirtiendo, salvo yo.

—Amigo, Darío —nunca me había tratado con esa familiaridad—. Solo voy a hablar de esto ahora. Una vez lo escuches y lo asimiles, habrá terminado esta conversación. Y, a partir de ahora, si te sigue interesando mi atención, debes dejar completamente al margen a cualquier amigo que hayas involucrado, sea agente de la autoridad, abogado, o sobrino del Papa de Roma. Ya conoces mis condiciones: confío en tu absoluta discreción.

No me pasó inadvertido el énfasis irónico con que pronunció abogado. “¿Será que el Solucionador no es el único que ha monitorizado mis comunicaciones? ¿Con quién puedo contar realmente?”. Habría dado mi fortuna por no haber tenido que escuchar las palabras que siguieron a aquella advertencia. Cuando salí de aquel coche, no llegaba a ser ni la sombra de mí mismo.

(Continuará…)

Texto y argumento revisados por Sara García.

Publicado por

Javier Sánchez Bernal

Licenciado en Derecho, Máster Universitario en Corrupción y Estado de Derecho y Doctor por la Universidad de Salamanca. Líneas de investigación: Derecho penal económico, Derecho y deporte, corrupción pública y privada. Proyecto de escritor.

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