Nota del autor: Del diario de DARÍO LUQUE.
Salamanca, 8 de enero de 2018. 20:25 h. Parador de Salamanca.
Sentir el tacto de su mano en mi hombro me estremeció. Su sonrisa dibujaba un dulce deseo que amenazaba con hacerme perder el control. Tenía que pensar con rapidez. Acercándose desde atrás, acarició mi cuello y acercó sus labios a mi oído.
—Darío, me alegro mucho de que haya decidido acudir a nuestra cita —aquella fue la primera vez que Desiré me llamaba por mi nombre de pila, lo cual no hizo sino aumentar mi desconcierto—. Olvídese de todo y déjese llevar, confíe en mí.
“Confiar en ti es precisamente lo único que no me puedo permitir” me dije mientras respondía, sumiso, al contacto de su mano con la mía. Sus dedos buscaron entrelazarse con los míos y no opuse resistencia: aquel gesto parecía el preludio de una conexión aún mayor, de la unión definitiva de nuestros destinos.
Me levanté del butacón y la dejé hacer. Me llevó al lugar exacto de la cama donde me esperaba cuando entré en la habitación, y se sentó a mi derecha. Dejó que nuestras energías, combinadas, fueran erizándome la piel, al compás de su perfume y de sus iris azules. La confusión nubló mi espíritu, inexorablemente, mientras mi cuerpo exudaba hormonas fruto de la creciente excitación que me provocaba tenerla tan cerca. Ella captó las señales y se acercó todavía más, anulando casi por completo el espacio entre ambos.
—Sé que no se fía de mí, pero míreme a los ojos: solo intento protegerle —susurró, embelesándome.
Cuando comprobó que todo mi ser le pertenecía, arqueó su cuerpo hacia adelante, mantuvo su mirada sobre mis ojos nerviosos y rodeó mis hombros, mi cuello y mi vida entera con sus brazos. Me besó, suave pero intenso; me besó y volvió a desarmar todas mis defensas. Sus labios recorrían los míos con avidez, convirtiendo cada segundo en un universo de sensaciones desenfrenadas. Disfrutaba llevando la iniciativa, como siempre. Impulsó el peso de su cuerpo sobre el mío, obligándome a quedar tumbado sobre la cama, sin dejar de besar mi cuello y morder mis labios.
Dominando los movimientos de los dos cuerpos se irguió, de rodillas, sobre mi cintura y me asió de las muñecas llevándolas a sus hombros. Me entretuve, encandilado y sin ser consciente de mis actos, recorriendo su torso mientras mis manos desabrochaban la cremallera de su vestido. Desiré acompañaba mis impulsos con un leve movimiento de sus caderas y sus piernas sobre mí. No fui capaz de reprimirlo y mi libido se hizo evidente bajo mis vaqueros.
Ella sonrió y se puso en pie, a los pies de la cama, cerciorándose de que yo presenciaba la escena con nitidez. Con una sensualidad desmedida, deslizó el vestido hasta sus pies y dejó al descubierto una imagen perfecta. Su piel, marcada de pequeñas gotas de lujuria, brillaba cegando todo rastro de cordura; me quedé atrapado de su figura, solo cubierta tibiamente con un fino tanga negro intenso.
Terminado su ritual se tumbó junto a mí: también quería despojarme de mis escondites. Se aferró virulentamente a mi camisa y comenzó a liberar los botones, de arriba abajo. ¡Maldita sea! Desiré estaba encantada con aquel maldito juego y subió su apuesta: decidió aumentar la temperatura, y mi locura. El pantalón me oprimía cada vez más, llegando a dejarme sin respiración. Fue entonces cuando sus manos acudieron al rescate y se deshicieron de aquella tela que encarcelaba mis piernas y mi lascivia.
Mis extremidades reposaban sobre el edredón, pero mi mente hacía tiempo que volaba directa a un planeta remoto, ajeno a cualquier problema, duda o peligro; un lugar donde solo existían dos cuerpos, desnudos, deseando acogerse al calor del otro. La perdición, encarnada en la chica rubia de ojos azules, estaba a punto de ganarme la partida. Sin dejar de atraparme con su atractivo, Desiré acercó su cabeza a mi cintura e inició un baile de besos por todo mi ser, en dirección a mi boca, que me dejó sin aliento… Todo estaba perdido, así que me rendí. Me dejé llevar por aquella pasión torpemente contenida y di rienda suelta a todo el placer que nuestra excitación fue capaz de concederme.
No sé cuánto tiempo había transcurrido, pero me pareció una eternidad consumida en un instante. El cansancio se apoderó de los dos y Desiré selló aquella casualidad con un último beso, que cayó sobre mi ánimo como una losa pesada. Después, me sedujo con una profunda caricia y acaparó mi atención.
—Ha sido increíble. Nunca pensé que alguien pudiera hacerme disfrutar tanto —dijo con su hechizante sonrisa, a modo de cumplido.
—Sí, todavía estoy en shock —acerté a responder.
—No soy tan mezquina… ni tan fuerte como se piensa, Darío —un rayo de sinceridad cruzó su gesto y, de nuevo, volví a percibir aquella mezcla de dulzura y miedo.
—Desiré, ahora no…
—Vayamos a la ventana. Hay algo importante que debo revelarle —me interrumpió—. Pero quiero que sepa que, una vez que lo haga, mi vida estará tan comprometida como la suya… y la de la señorita Ibáñez.
Nunca imaginé que aquellas palabras se convertirían en mi verdadera sentencia de muerte.
(Continuará…)
Texto revisado por Amaya Muñoz.
Argumento revisado por Sara García.